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El rostro de suaves líneas; los labios delgados; la nariz afilada; el mentón saliente y azuloso; la voz fina, aguda, de timbre dulzarrón. Esto le pinta maravillosamente: se cuenta en Villaverde, que nombraron albacea de un clérigo rico, que dejó largos los cien mil del águila, desempeñó con singular actividad el pesado encargo.

La adornaba una muy picuda y afilada nariz, y una boca hecha de encargo para respirar por ella, pues no eran sus órganos respiratorios los más fáciles y expeditos.

Lo que, traducido literalmente, quería decir: A quince millas de la costa, en el río Nun, Norte 7 grados Oeste. Castillo viejo. Visual del ojo del elefante entre dos piedras a la peña afilada que hay a media milla cerca del río. En la sombra de las cuatro de la tarde del día 27 de Septiembre. Le di la traducción a Allen, quien me preguntó: ¿Usted quiere venir conmigo? ¿Adónde?

Cuando las cápsulas están maduras, se cortan del árbol con un cuchillo curvo, que tiene una hoja afilada por un lado, fija en el extremo de una vara larga. Este instrumento especial sirve para separar la fruta del árbol sin dañarlo.

Se detiene, ya no muge; sus piernas tendidas, los ojos sangrientos y la cola enroscada. Encomienda tu alma a Dios, José, porque la barrera está lejos y el toro cerca... Adelante, demonio... ¡adelante la afilada, espada!... ¡Demasiado tarde! la espada se ha roto en pedazos, y José, atravesado por un cuerno del toro, ha quedado clavado en la balaustrada.

Cuando Muñoz quedó solo, volvió a embargarle el pensamiento de Adriana y vio su imagen proyectarse, radiante, en el salón iluminado; junto a ella dos ojos saltones emergieron, temblorosamente, en una cara afilada, fina... ¡la cara de Castilla!

la medían en pie la talla entera. Una de esas noches de luna iba Mariquita por el Puente lanzando una mirada a éste, esgrimiendo una sonrisa a aquél, endilgando una pulla al de más allá, cuando de improviso un hombre la tomó por la cintura, sacó una afilada navaja, y ¡zis! ¡zas!, en menos de un periquete le rebanó una trenza. Gritos y confusión.

Me acerqué a un muro del castillo, que tenía grabado un elefante, y, siguiendo la visual del ojo, vi que entre dos grandes bloques de piedra se veía en aquella hora la sombra de una peña afilada, colocada a orillas del río. El vértice de la sombra caía en aquel momento al pie de un árbol de argán. Aquél me pareció el sitio mejor para enterrar los cofres.

En esto entró la amable vecina, echó una ojeada al descarnado esqueleto cuyas angulosas formas dejaban adivinar los trapos que la cubrían. La cara parecía como fundida y achicada, pues la nariz afilada y las sienes hundidas dibujaban duramente sus líneas, y los párpados cerrados le daban una expresión de augusta calma y revelaban una belleza desaparecida hacía mucho tiempo.

Escogió entonces, en un pequeño nécessaire de viaje, un instrumentito con mango de carey, una especie de limita para las uñas, con hoja delgadísima y perfectamente afilada, y púsose a caldearla con gran cuidado en la llama de la chimenea.