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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Ulises se había entusiasmado como navegante al ver su proa alta y afilada dispuesta á afrontar los peores mares, su esbeltez de buque veloz, sus máquinas sobradamente poderosas para un vapor de carga, todas las condiciones que le habían hecho servir de correo durante varios años. Consumía demasiado combustible para dedicarse con ganancia al transporte de mercancías.
El buen ingenio llevaba sobre sí las señales de la ruda actividad á que se había visto sentenciado desde su llegada á Madrid. Sus ojos estaban un tanto hundidos, su nariz parecía más afilada; la blanca golilla de su cuello estaba más de un tanto ajada, su traje descuidado y todo él descuadernado y lánguido que no había más que pedir.
Por lo demás, este hombre tenía la cabeza pequeña, el cuerpo enjuto y apenas de cuatro pies de altura; el semblante blanco, mate y surcado por arrugas poco profundas, pero numerosas; la frente cuadrada, las cejas casi rectas, los ojos pequeños, grises y sumamente móviles; la nariz afilada; la boca larga y de labios sutiles, y la barba, mejor dicho, el pelo de la barba, cano, lo que podía notarse en su bigote y su perilla, porque el resto estaba cuidadosamente afeitado.
En la ocasión en que aparece en el despacho del marqués, aún no había cumplido el medio siglo. Era delgado, de mediana estatura, de ojos pequeños y alegres, ligeramente moreno, de cara larga y algo afilada, no mucha frente, y corto y espeso el pelo gris de su cabeza. Vestía un traje obscuro, muy modesto y muy limpio, y tenía toda la barba afeitada.
El blanco albornoz de la incógnita pasó rozando el terciopelo granate del abrigo de Currita, y una frase alemana, que esta pudo oír y no pudo entender: «Ahí la tienes», pareció caer entonces de la nariz corva y afilada, y ambos fantasmas desaparecieron entre el gentío precedidos de un groom monísimo que apenas contaría doce años.
Miguel adquirió en Inglaterra un yate velero, de proa afilada y arboladura audaz, con máquina auxiliar, y le puso un nombre de ave marina, pero en español: Gaviota. Deseaba prolongar en el Océano su vida terrestre, seleccionando de ella todo lo más interesante, y por esto quiso embarcar á Sergueff.
Supongamos que ocurría una nueva guerra. Nos provocaban los ingleses, y les decíamos: «Sí, señor, pronto estamos; nos batiremos». Salían al mar los navíos ordinarios, empezaba la pelea, y a lo mejor cátate que aparecen en las aguas del combate dos o tres de esos monstruos de hierro, vomitando humo y marchando acá o allá sin hacer caso del viento; se meten por donde quieren, hacen astillas con el empuje de su afilada proa a los barcos contrarios, y con un par de cañonazos... figúrese usted, todo se acababa en un cuarto de hora».
Aquella mujer era pequeña y delgaducha; tenía los cabellos rojos y desgreñados, las mejillas hundidas, la nariz afilada, los ojos pequeños y brillantes como dos centellas; la boca fina, con los dientes muy blancos, y la tez rojiza.
Ves esos individuos, ¿qué hacen? pasar el tiempo lo mejor posible. ¿Ves aquel que lleva una esportilla? ¿qué ha hecho en la media hora que llevamos aquí? casi nada. ¿Qué ha hecho aquel otro que tiene por toda herramienta de trabajo una caña afilada? remover dos puñados de tierra y levantar un poco de polvo. ¿En qué se han ocupado aquellos otros, que no tienen herramienta alguna? en extender con los pies un poco de arena. ¿Es esto trabajo, es esto beneficio?
Al oir estas enormes palabras, la señorita de Porhoet, aproximó vivamente á su barba puntiaguda las cartas desenvueltas en forma de abanico, que tenía en la mano, y enderezando su delgado talle, me miró á la cara para asegurarse primero del estado de mi razón; luego recobró su calma, por medio de un esfuerzo sobrehumano, y llevando á su afilada nariz un poco de polvillo de España: Me probará usted eso, joven me dijo.
Palabra del Dia
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