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Actualizado: 25 de junio de 2025


Hallándose lejos y aisladas de todas las corrientes de la civilización antigua, y hasta que fueron puestas en contacto con ellas por la conquista romana, no entraron en la vía del progreso las poblaciones autóctonas de la Gran Bretaña, y hallándose las tribus helénicas en contacto con los egipcios y fenicios, y al mismo tiempo en aislamiento relativo por el Mediterráneo, que les permitía importar su cultura para implantarla y cultivarla en el propio suelo, bajo las propias instituciones políticas, tan semejantes a las teutónicas, en opinión de Freeman, como si procedieran de un origen común; en una situación excepcionalmente ventajosa para defenderse de los extraños y apropiarse sus adelantos, los griegos espigaron en los dominios ajenos, seleccionando los materiales existentes, para formar una nueva cultura superior a todas las concurrentes, que sus proscriptos, sus mercaderes y sus colonos llevaron al Archipiélago, a Italia, a Cartago y a Marsella, al Epiro y a la Macedonia, y los soldados de Alejandro al Asia y al Egipto.

Es indudable que nuestro interés egoísta debería llevarnos a falta de virtud a ser hospitalarios. Ha tiempo que la suprema necesidad de colmar el vacío moral del desierto, hizo decir a un publicista ilustre que, en América, gobernar es poblar. Pero esta fórmula famosa encierra una verdad contra cuya estrecha interpretación es necesario prevenirse, porque conduciría a atribuir una incondicional eficacia civilizadora al valor cuantitativo de la muchedumbre. Gobernar es poblar, asimilando, en primer término; educando y seleccionando, después. Si la aparición y el florecimiento, en la sociedad, de las más elevadas actividades humanas, de las que determinan la alta cultura, requieren como condición indispensable la existencia de una población cuantiosa y densa, es precisamente porque esa importancia cuantitativa de la población, dando lugar a la más completa división del trabajo, posibilita la formación de fuertes elementos dirigentes que hagan efectivo el dominio de la calidad sobre el número. La multitud, la masa anónima, no es nada por misma. La multitud será un instrumento de barbarie o de civilización, según carezca o no del coeficiente de una alta dirección moral. Hay una verdad profunda en el fondo de la paradoja de

Miguel adquirió en Inglaterra un yate velero, de proa afilada y arboladura audaz, con máquina auxiliar, y le puso un nombre de ave marina, pero en español: Gaviota. Deseaba prolongar en el Océano su vida terrestre, seleccionando de ella todo lo más interesante, y por esto quiso embarcar á Sergueff.

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