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D. Cristóbal Mateo, a quien apodaban de este modo en el pueblo, era un antiguo empleado que había servido muchos años en Filipinas, y que estaba jubilado hacía ya algunos, con treinta mil reales. Tenía porte militar, una figura realmente marcial con sus bigotazos blancos, ojos saltones, cejas espesas y velludas manos. Sin embargo, en todos los dominios españoles no existía hombre más civil.

Veo un animal mayor que los otros manifestó el duque, aplicando con afán uno de sus grandes ojos saltones al agujerito del aparato. Observará usted que delante de él todos los demás huyen dijo el médico. Es cierto. Ese animal se llama el rotífero. Es el tiburón de la gota de agua. Aguarde usted un poco.... Me parece que ahora se oculta detrás de una cosa así como algas....

Era un tipo raro: perteneciente á una distinguida familia, vivía como un vagabundo, un mendigo; de raza española, se burlaba del prestigio que azotaba indiferente con sus harapos; pasaba por ser una especie de repórter y á la verdad sus ojos grises tanto saltones, tanto fríos y meditabundos, aparecían allí donde acontecía algo publicable.

Apareció a estribor la arboleda de una punta de muelle, con un edificio empavesado de banderas de señales. El agua tenía la suciedad de los espacios cerrados. Las espumas eran negruzcas. La proa del buque partía islotes de basura, que al abrirse enviaban sus fragmentos hasta los muelles. Sobre los maderos flotantes destacábanse el lomo verdoso y los ojos saltones de unas ranas enormes.

Eran caballos jerezanos de pura sangre, verdaderos sementales de la tierra, y elogiaba su cara alegre, sus ojos saltones, el corte elegante y esbelto de su figura, su paso enérgico.

Los pies ligeros, recogidos y saltones lo mismo que pájaros en su encierro diurno de tafilete o de raso, eran ahora planos y deformes dentro de las claqueantes babuchas. Las carnes temblaban al moverse, conservando todavía la blandura y el suelto descuido de las horas de sueño. Las cabezas empequeñecidas y pobres de pelo mostraban unas mechas apelmazadas por la humedad reciente.

De ensueño también los dos cazadores que caminaban o se agachaban como sombras, hablándose sin mover los labios, entendiéndose por señas, y hasta el capataz de periódicos, que marchaba encorvado, con los ojos saltones y la boca abierta, contrayendo el estómago a impulsos del miedo.

Una cabecita pequeña, boca gruesa, bigote y perilla rubios, ojos saltones y miopes, tras unas enormes gafas... Feo, muy feo. El lo sabe y le importa un pito.

Aarón, un niño de siete años, cuyas mejillas semejaban manzanas y cuyo cuello limpio y almidonado parecía ser el plato que contenía aquellas frutas, tuvo que recurrir a toda audacia de su curiosidad para vencer el temor de que el tejedor de ojos saltones no le fuera a dar algún daño físico.

Era éste un clérigo al cual se le podrían echar cuarenta años de edad, aunque pasaba bastante de cincuenta, grueso, rollizo, colorado, admirable dentadura, los ojos redondos y saltones, la nariz ancha, sin una cana en el pelo ni una arruga en el rostro. Hablaba poco y reía mucho. Todo le hacía gracia: vivía en perpetuo espasmo de alegría y admiración.