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A la hora de remontar el río nos detuvimos delante de una fortaleza arruinada. Dicen que por allí, en los límites del Atlas, se encuentran estos poderosos castillos antiguos. Nadie sabe quién los ha construido ni contra qué clase de enemigos se hicieron. El castillo aquél era de piedra labrada y de torres con arcos. Inmediatamente de llegar abrimos apresuradamente los cofres de Zaldumbide.

Este levantó algún tanto más el adorno de las comedias, y mudó el costal de vestidos en cofres y en baúles: sacó la música, que antes cantaba detrás de la manta, al teatro público; quitó las barbas de los farsantes, que hasta entonces ninguno representaba sin barba postiza; y hizo que todos representasen á cureña rasa, si no era los que habían de representar los viejos ú otras figuras que pidiesen mudanza de rostro; inventó tramoyas, nubes, truenos y relámpagos, desafíos y batallas

Y mientras los dos hombres se veían impulsados por un cariño un tanto despótico a sentarse a la mesa, Leonora, seguida de su doncella, entraba en la habitación inmediata, poniéndola en revolución con un retintín de llaves y ruidoso abrir de cofres.

»Acertó acaso, andando a buscar a Camila, que vio sus cofres abiertos y que dellos faltaban las más de sus joyas, y con esto acabó de caer en la cuenta de su desgracia, y en que no era Leonela la causa de su desventura. Y, ansí como estaba, sin acabarse de vestir, triste y pensativo, fue a dar cuenta de su desdicha a su amigo Lotario.

Conque sus, y en vez de hacer procesos, señora, haced cofres, y mientras se pide licencia á sus majestades, el coche se apareje y huyamos, antes de que llegue el caso de que cuando queramos huir, no sea tiempo, y creedme y no disputemos, que allí tenéis entrambos los padres, y si vos dejáis de ser dama de la reina, doña Clara, seréis señora en vuestra casa; y á falta de la tercera compañía de la guardia española, tendréis vos allí, don Juan, los no menos bravos alabarderos de la guarda del virrey.

El cocinero supuso que Allen tenía la indicación exacta de dónde se encontraba el tesoro, y mandó registrarle; pero no se le encontró nada. Entonces quizo pactar con él y convinieron en que, si Allen encontraba los cofres enterrados, se hicieran dos partes: una para ellos, otra para nosotros. Allen, tan pronto decía que como decía que no.

La duquesa guardó el dinero y las dos alhajas, puso de nuevo en el cofre lo que de él había sacado, y mandó que lo pusiesen entre sus cofres de uso diario. Luego esperó con impaciencia á que diesen las doce de la noche. Poco antes ocultó la luz, se asomó á la reja y esperó.

Sobre la mesa descansaban algunos breviarios, algunas plumas de ave, algunos tinteros y una buena cantidad de polvos de escribir. Un armario inmenso, colosal, tapaba casi por entero uno de los lienzos de la estancia. Cerca de él, amontonados formando pila, unos cuantos feísimos y desvencijados cofres.

Dorotea estaba serena; sus lágrimas se habían secado; sólo quedaba en su semblante, como vestigio de la pasada tormenta, una profunda gravedad. El bufón guardaba también silencio. Casilda y Pedro llevaron los cofres á su lugar y pusieron en orden el mueblaje.

Schack y sus compañeros de viaje escaparon á duras penas con la vida; las olas se tragaron sus cofres y dinero, debiendo sólo á la circunstancia de llevar en un cinto ceñido á su cuerpo una carta de crédito, el disponer de medios suficientes para trasladarse desde Malta á la tan deseada Grecia.