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Todos los dias conversaba con el rey, y con su augusta esposa Astarte, y aumentaba el embeleso de su conversacion aquel deseo de gustar, que, con respecto al entendimiento, es como el arreo á la hermosura; y poco á poco hicieron su mocedad y sus gracias una impresion en Astarte, que á los principios no conoció ella propia.

Poco a poco, el teniente, envuelto en un paño de afeitar, como un ídolo en su manto, adormecíase, bajo la fricción suave de las cariñosas manos de doña Augusta... Yo, entonces, enternecido, decía a la amable señora: ¡Ay, doña Augusta, es usted un ángel!

El sol, implacable, lanzaba de una vez, en apretado haz, todos sus rayos sobre nosotros, cual si quisiera aplastarnos, reducirnos a la nada, de donde su calor vivificante nos había sacado. ¡Qué hermoso, qué vivo, qué omnipotente sol! Solo en el Mediodía se siente su fuerza augusta y acometen deseos de adorarlo. En los primeros momentos hablose poco en la lancha.

Poco a poco fuí olvidando mi episodio fantasmagórico; y al mismo tiempo, como gradualmente mi espíritu se serenaba, volvían a él las antiguas ambiciones que lo habitaron: un nombramiento de Director General, el seno amoroso de Lola, bisteks más tiernos que los de doña Augusta. Mas tales regalos me parecían tan inaccesibles, tan fuera de la realidad, como los propios millones del Mandarín.

Al convencerse de que estaba despierto y bien despierto, encontró cierto placer en examinar todos los detalles físicos del ilustre Momaren, que hacían de su persona una reproducción exacta, aunque en escala reducidísima, de otra persona existente en el mundo de los gigantes humanos. El Padre de los Maestros era mistress Augusta Haynes, la madre de Margaret.

Vieron entonces que Guillermina pasaba en dirección al cuarto de Severiana, y doña Lupe corrió a recibir de su boca augusta los plácemes que merecía. «¡Oh, qué buena es usted! le dijo la santa, estrechándole las manos . ¡Quedarse aquí cuidando a esta pobre...! No, no diga usted que esto no vale nada.

Yo, en tanto, continué, rutinario y triste poniendo diariamente mi hermosa letra cursiva al servicio del Estado, y admirando, los domingos, la pericia con que la espléndida doña Augusta limpiaba la caspa al teniente Conceiro. Era cosa evidente para que aquella noche, dormido, leyendo sobre el infolio, había soñado con una «Tentación de la Montaña» bajo formas familiares.

Lo mismo se puede decir de sus sabias leyes sobre imprenta, institucion alta, augusta y civilizadora, á la que deben los pueblos cuanto bueno poseen, tribuna pública de la sociedad, defensora de los oprimidos; , la Inglaterra ha comprendido mejor que nadie el gran poder de la imprenta, por eso le acata y le respeta, por eso la prensa inglesa es libre. ¡Ojalá lo sean pronto todas las prensas de Europa!

La gran Naturaleza te dió la magia augusta de su inmortal belleza, su savia formidable, su sol canicular; por eso son enormes tus bosques y tus ríos, y hacen temblar ejércitos tus indomables bríos, y el Apo a las estrellas no cesa de retar.

1 Mas como fue determinado que habíamos de navegar para Italia, entregaron a Pablo y algunos otros presos a un centurión, llamado Julio, de la compañía Augusta. 3 Al otro día llegamos a Sidón; y Julio, tratando a Pablo humanamente, le permitió que fuese a los amigos, para ser de ellos asistido. 5 Y habiendo pasado el mar de Cilicia y Panfilia, arribamos a Mira, ciudad de Licia.