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Mas aquel sombrío infolio parecía exhalar magia; cada letra afectaba la inquietante configuración de esos signos de la vieja Kábala, que encierran un atributo fatídico; las comas tenían el retorcido petulante de rabos de diablillos, entrevistos a la luz blanca de la luna; en el punto de interrogación final veía el pavoroso gancho con que el Tentador caza las almas que adormecieron, sin refugiarse en la inviolable ciudadela de la Oración.

El Primo, con su gran chambergo y su traje de rizo negro, hojeando un infolio: Morra, más que sentado, caído en el suelo de golpe, mostrando sus calzas verdes y su tabardo rojo; el bobo de Coria, con su severo traje negro como persona grave; el niño de Vallecas, casi todo de verde y con una media desgarrada; don Antonio el inglés, con coleto de brocado y sombrero de plumas, y don Juan de Austria, con arreos militares, forman una compañía abigarrada y extraña, a la cual se pasa revista bromeando y riendo, como ellos vivían, pero que deja en el pensamiento una impresión más honda que muchos espectáculos serios.

Lepe llegó el primero, y al parecer de buen humor, pero con los labios plegados por una sonrisa de incredulidad que daba pena; Infolio era un anciano achacoso, gastado e impotente para gozar lo que soñaba; Tizona traía melladas las armas, el cuerpo cosido a cicatrices, y alguna herida fresca todavía.

Y allá la llevaron, con mucha impedimenta, eso , de pañales, y mantillas, y gorros y cuanto había que apetecer en tales casos, y un infolio de advertencias, prescripciones, avisos, encargos y hasta amenazas, sin contar el dinero que a puñados les metieron en el bolsillo a la nodriza y al zángano de su marido, que las había de acompañar en el viaje.

Significa tan sólo que, cuando visitamos aquellas venerables ruinas, tuvimos la fortuna de que el celoso empleado que las custodia nos enseñase y nos permitiese extractar rápidamente un preciosísimo infolio manuscrito que guarda allí como oro en paño el Sr. Marqués de Miravel, actual propietario de aquellos que llegaron á ser bienes nacionales.

Entró a la librería y, al mirar los volúmenes amontonados sobre el suelo y las gafas de asta marcando la página de un infolio, para continuar otro día la lectura; al ver, colgada de un clavo, la calza amarilla, donde el anciano guardaba los pinceles con que pintaba los rótulos; y más allá, hacia un rincón, el taburete para la pierna gotosa, ennegrecido por la grasa de los ungüentos, sintió en su espíritu una profunda tristeza.

Yo, en tanto, continué, rutinario y triste poniendo diariamente mi hermosa letra cursiva al servicio del Estado, y admirando, los domingos, la pericia con que la espléndida doña Augusta limpiaba la caspa al teniente Conceiro. Era cosa evidente para que aquella noche, dormido, leyendo sobre el infolio, había soñado con una «Tentación de la Montaña» bajo formas familiares.

Ramiro se detuvo fijando la mirada en la extraña figura pintada en el infolio, dentro de dos triángulos de oro entrelazados. Nadie venía. De pronto la página del libro, produciendo el rumor peculiar de la vitela, se levantó lentamente, lentamente, y se dobló del todo ¡por sola! Ramiro se estremeció de la cabeza a los pies herido por el terror del misterio. Sus manos temblaban.

Tizona de todo era capaz, Infolio no ignoraba nada, y a Lepe se le ocurría siempre lo mejor; de suerte que si las condiciones de los tres se reuniesen en uno, fácilmente se hiciera señor del mundo.

¡Cuán dominante misterio desprendían para él los sitios obscuros de la iglesia, aquellas capillas graves, aquel ábside pardo y polvoriento donde siempre reinaba una penumbra sepulcral! Los años se amontonaban allí dentro, unos sobre otros, insensiblemente, como hojas de un infolio.