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Temía contar á gritos la historia de las desgracias familiares de su poderoso jefe. Una indiscreción de tal clase aumentaría la frialdad que le mostraba Momaren después de lo ocurrido en la tarde anterior.

Y mientras permanecía con el espinazo doblado, y Momaren, rojo de emoción, miraba á unos y á otros para convencerse de que todos se daban cuenta de tan enorme homenaje, dos matronas barbudas murmuraron bajo sus velos: De seguro que piensa pedirle algo mañana mismo para alguna de sus amigas. Y lo que se lleve lo quitará á nuestros maridos contestó la otra.

Además, era para Momaren la más alta de las consagraciones literarias tener á Golbasto como lector de sus obras. Después da esto se sentía pronto á darle la Universidad entera si se la pedía.

Hay muchos que se engañan con la mejor buena fe dividiendo nuestra poesía nacional en dos reinos, uno de los cuales le atribuyen á él y otro á . Esos mismos añaden que Momaren es inimitable en la poesía amorosa y Golbasto en la poesía épica. ¡Error, enorme error!

El áspero senador evitaba el trato con los hombres, acordándose de las desdichas de Momaren y otros personajes. Sus amistades íntimas eran siempre con gente de su sexo. Cuando Flimnap quedó á solas con Gurdilo, en una pieza modestamente amueblada, se apresuró á hacer su propia presentación. Senador, yo soy el pedante de que habló usted ayer; el encargado de guardar al Hombre-Montaña.

Flimnap continuaba dejando correr el chorro de su oratoria didáctica. Explicaba en estos momentos los diversos y brillantes períodos de la literatura nacional, aproximándose con la lentitud de un estratega prudente á la conclusión de que todo lo que habían producido varias generaciones de escritores era simplemente para preparar el advenimiento de Momaren.

El alto personaje se sentó en él, teniendo á un lado al obsequioso traductor. Todo el cortejo universitario permaneció detrás, rígido y en profundo silencio, esperando que sonase la voz autorizada del maestro de los maestros. Hasta los doctores revoltosos cesaron en sus risas juveniles y sus atrevidos comentarios al sentarse Momaren.

Luego dejó caer la pierna otra vez, y ésta, como si obedeciese á un poder diabólico enemigo de Momaren, volvió á cerrar herméticamente la ventana. Rugió de cólera la concurrencia, viendo en esto un nuevo insulto para todos. El Hombre-Montaña quería burlarse de ellos.

Para que el acto resultase más solemne, Momaren creyó necesario reunir todo su público, esparcido en los diversos salones, y agolparlo en uno solo que ocupaba la parte saliente del edificio, con dos ventanales sobre una plaza. Este salón lo apreciaba mucho por estar amueblado á la moda de otros siglos, cuando reinaban los emperadores de la penúltima dinastía.

Seguro del apoyo del gobierno, no le inspiraban miedo sus discursos, y hasta se atrevía á criticar su existencia privada, dudando de su aparente severidad y acusándolo de hipocresía. ¡Ah! ¿Conque es Momaren el que desea la muerte de ese pobre gigante? Después de proferir tales palabras, el senador se mostró dispuesto á aceptar sin resistencia todo lo que dijese Flimnap.