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No seas así le dijeron por lo bajo las costureras. No me da la gana. ¿Queréis dejarme en paz? les respondió ella en voz baja también, mas con acento iracundo. ¿No quieres ir? preguntó don Rosendo con afectada severidad. ¿No quieres ir? La niña permaneció inmóvil y silenciosa. ¡Pues sal de aquí ahora mismo! ¡Quítate de mi vista!

Delante de ella había un velador con libros y papeles. D. Valentín estaba allí, sentado en una silla, y no muy distante de su mujer. El aspecto de Doña Blanca era noble y distinguido. Vestida con sencillez y severidad, todavía se notaban en su traje cierta elegancia y cierto señorío. Tendría Doña Blanca poco más de cuarenta años.

Era lista, capaz de la más artera coquetería, pero en frío, respecto de un hombre por quien no hubiese llegado a interesarse. Así lo entendía don Juan, quien comenzó a experimentar lástima de ella y severidad para consigo; mas ambos sentimientos quedaron ahogados por el influjo de la belleza de Cristeta.

Raúl dijo con severidad el conde, no se debe juzgar por las apariencias. Querido tío repuso Raúl, no me fío precisamente de la policía de la embajada, sino de mis propios ojos, que esta vez no me engañan.

Había algunas a quienes no se permitía hablar con sus compañeras sino en el corro principal en las horas de recreo. A pesar de la severidad empleada para impedir las parejas íntimas o grupos, siempre había alguna infracción hipócrita de esta observancia.

Su triunfo tuvo, pues, otras causas, y no la mayor severidad y pureza de costumbres. Todavía hay otra moralidad más rígida de la que suele valerse la gente para explicar los grandes sucesos, poniéndola como una de las bases de la filosofía de la historia.

Ya no pudo contenerse doña Ximena; se acercó al joven, le estrechó en sus brazos y le cubrió el rostro de besos, exclamando: ¡Hijo mío, hijo mío! El rey depuso su severidad, y dirigiéndose al joven, le estrechó también en sus brazos, y le dijo: Yo te reconozco; eres mi sobrino Bernardo; te hago merced de la Casa Fuerte y señorío del Carpio.

Pues hija, yo no tengo la culpa... Te acordarás que estuvo con el medio duro en la mano, ofreciéndolo y retirándolo, hasta que al fin su avaricia pudo más que la ambición, y dijo: «Para lo que yo me he de sacar, más vale que emplee mi escudito en anises...». ¡Toma anises! ¡Pobrecillo!... ponlo en la lista. Don Baldomero miró a su esposa con cierta severidad.

Llegó la noche medrosa y sombría. En aquella soledad asaltaron a Plácido mil ideas tristes. Los recuerdos de la niñez surgieron en su mente con claridad extraña. Recordó que, seis años hacía, le habían arrojado de otro asilo con severidad y dureza harto diferentes.

Vió el profesor cómo agitaba los brazos con violencia al hablar á sus compañeros del Senado, al mismo tiempo que fruncía el entrecejo y torcía la boca con un gesto de escandalizada severidad.