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Deshice el intacto lecho, revolviendo sábanas y colchas; tomé el sombrero y el gabán, y salí al corredor. La anciana y Angelina me aguardaban allí. Tía Pepa muy rebozada con el pañolón; la doncella, caído sobre los hombros el abrigo, dejaba ver su hermosa frente. ¡Buenos días! me dijo tímida y medrosa. Seguro estoy de que se puso roja como una amapola al estrechar mi mano.

El señor Vicente despertaba unos instantes, mascullando santas exclamaciones: «¡Ay, señor!», y volvía a sumirse en su sueño intranquilo, cortado por las visiones del ayuno y la exaltación. Oían detrás del tabique su voz medrosa con sacudidas de terror: ¡Suéltame... te conozco! Eres el Malo... ¡Largo de aquí!

Cuando nuestro español en guerras anda, Alquila Guaycurús por donde osa Al Guaranì seguir, que le dán tanda Aquestos de tal suerte, que medrosa La gente Guaraní queda y deshecha, Que el Guaycurú jamas teme su flecha.

Y Leila su palabra entrecortaba, y estremecida de placer gemia, y hambrienta la belleza contemplaba de Ataide, que en sus brazos la estrechaba y de ansiedad y amor desfallecia. ¡Sígueme! Ataide al fin con voz medrosa y trémula exclamó; de la montaña en el seno selvático, gozosa, correrá nuestra vida venturosa bajo el techo de paz de la cabaña.

Y ella, apagando su ira, que horrenda y aterradora brillaba en sus negros ojos, y con dulce y cadenciosa voz, que doliente imploraba, apenada y melancólica, ¡Ved, señor, que éste es mi hijo y que es mi esperanza sola! exclamó; y el fiero xeque, con voz terrible, espantosa, en que vibraban heridas las fibras de su alma rotas, ¡Maldito! exclamó ¡maldito! y huyendo, la calle lóbrega ganó, se perdió por ella, y con voz triste, medrosa, ¡Maldito! repitió un eco que surgió de entre la sombra.

Después de haber hecho huir á los policías, y mientras su servidumbre medrosa escapaba también fuera de la vivienda, Ra-Ra le habló desde el fondo del bolsillo que le servía de refugio. Consideraba prudente no quedarse allí. Ya había hecho bastante el gigante para defenderle de sus enemigos. Debía dejarlo escapar antes de que llegasen fuerzas más considerables.

Ella levantó la cabeza y fijó en la que así hablaba una mirada hosca, medrosa, que no parecía tener conciencia de la realidad y reflejaba como en dos vidrios profundos todos los asombros y todas las agonías... Reconoció al fin a la marquesa de Villasis, y el rostro de la pecadora, rojo de vergüenza por primera vez en su vida, ocultóse en el casto pecho de la mujer fuerte, balbuceando entre sollozos: ¡, !... Adonde no me vea nadie... A Chamartín con mi hija...

Á uno de los balcones de nuestro hotel, á uno de los balcones de nuestra estancia; nos mira á nosotros. ¡Cuitada madama Fonteral! ¡Cuitado de ! Recibo la mirada tímida y vacilante de la pobre Luisa, y aquella timidez recatada, aquella medrosa vacilacion, me imponen casi miedo.

Dirigí una mirada medrosa al vasto patio que el crepúsculo comenzaba a envolver con un velo azulado. Al menor ruido me estremecía, me figuraba oír que la voz poderosa de Roberto me deseaba la bienvenida. El patio estaba desierto, era la hora del descanso y en él reinaba un silencio profundo. Sólo oía, por el lado de las caballerizas, el crujido particular que se hace al aguzar una guadaña.

Es natural que Juanita no se escondiese ni huyese, porque ni ella era medrosa ni don Andrés era el bu ni una fiera. Don Andrés era un caballero muy bien educado, pulcro y finísimo, soltero, que no había cumplido aún cuarenta años, y verdadero amo y señor de Villalegre, donde hacía ya ocho años que reinaba con lo que podemos calificar de despotismo ilustrado.