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-Paréceme -respondió Sancho- que vuesa merced es como lo que dicen: "Dijo la sartén a la caldera: Quítate allá ojinegra". Estáme reprehendiendo que no diga yo refranes, y ensártalos vuesa merced de dos en dos.

Martín presentó a su mujer al periodista y los tres reunidos esperaron a que llegaran los últimos soldados. Al anochecer, en un grupo de seis o siete, apareció Carlos Ohando y el Cacho. Catalina se acercó a su hermano con los brazos abiertos. ¡Carlos! ¡Carlos! gritó. Ohando quedó atónito al verla; luego con un gesto de ira y de desprecio añadió: Quítate de delante. ¡Perdida! ¡Nos has deshonrado!

Hoy no me sales de casa. Ea, ya estoy yo en funciones con mis disciplinas... Y desde mañana me vuelves a tomar el aceite de hígado de bacalao. Vete a tu cuarto y quítate las botas. Hoy no me pisas la calle. Dios sabe lo que iba a contestar el acusado. Quedó suelta en el aire la primera palabra, porque llegó una visita.

Y no lo digo por la abundancia de fundaciones, ni por la suntuosidad de las fiestas, ni porque los ricos dejasen su fortuna a los conventos, empobreciendo con ello a sus legítimos herederos, ni porque, como lo pensaban los conquistadores, todo crimen e inmundicia que hubiera sobre la conciencia se lavaba dejando en el trance del morir, un buen legado para misas, sino porque la Iglesia había dado en la flor de tomar cartas en todo y para todo, y por un quítate allá esas pajas le endilgaba al prójimo una excomunión mayor que lo volvía tarumba.

Es un falso, un hipócrita, y si no le aborrezco, no tengo perdón de Dios». En esto, sintió que Juan la abrazaba por la cintura... «Quítate, déjame... gritó ella . Estoy muy incomodada; ¿pero no ves que estoy muy incomodada?». Juan la vio temblorosa y sin poder respirar. «Perdone uste, señora» replicó bromeando.

21 Y respondiendo Jesús les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto a la higuera; mas si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. 23 Y como vino al Templo, se llegaron a él cuando estaba enseñando, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo, diciendo: ¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te dio esta autoridad?

El cura entró un momento en la alcoba oscura de la sala, y salió empuñando un par de zapatillas como lanchas, que dejó caer con estrépito a los pies de su sobrino. Ahora quítate esa gabardina. ¿Qué gabardina? La que traes puesta, hombre... no vale nada... parece de papel... Te estás muriendo de frío. Andrés comprendió que se refería al jaquette. No, señor, no tengo frío.

Pero ¡mardita sea! dijo el picador . ¡Quítate ese chisme de entre las roíllas! ¿No ves que me está apuntando y que puee ocurrí una desgrasia? La carabina del bandido, ladeada entre sus piernas, dirigía su negro agujero hacia el picador. ¡Cuerga eso, malaje! insistió éste . ¿Es que lo nesesitas pa comé? Bien está así.

No seas así le dijeron por lo bajo las costureras. No me da la gana. ¿Queréis dejarme en paz? les respondió ella en voz baja también, mas con acento iracundo. ¿No quieres ir? preguntó don Rosendo con afectada severidad. ¿No quieres ir? La niña permaneció inmóvil y silenciosa. ¡Pues sal de aquí ahora mismo! ¡Quítate de mi vista!

Oliéndole el aliento, rompió en exclamaciones de asco y horror: «Quita, quítate allá, borracha. Apestas a aguardiente. No lo he catado, señora; me lo puede creer». Insistía Doña Paca, que en aquellas crisis convertía en realidades sus sospechas, y con su terquedad forjaba su convicción. «Me lo puede creer repitió Benina . No he tomado más que un vasito de vino con que me obsequió el Sr. de Ponte.