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Castro, que hacía días estaba un poco despechado por la frialdad de su dueño, sonrió forzadamente frunciendo en seguida el entrecejo. A Pepa no le pasó inadvertido este gesto. Mire usted qué cara tan nublada tiene en este momento Osorio. ¡Inspira horror! Y toda la culpa la tiene usted, pícaro. ¡Yo! Nada de eso. Deben de ser cuestiones de guita las que le ponen tan amarillo.

Después de una pausa en que Refugio parecía hacer estudios de cálculo en el entrecejo de la Bringas, tornó a decir: «Lo que es el dinero... lo tengo, vea usted». Revolvió un cajoncillo que parecía costurero, y del fondo de él sacó un puñado de cosas. Eran trapos, hilos desmadejados y billetes de Banco, formando todo una masa. «Vea usted... no me falta. Pero...».

Con placer del niño voluntarioso cuyos dedos entreabren un capullo, gozaba en poner colorada a Nucha, en arañarle la epidermis del alma por medio de chanzas subidas e indiscretas familiaridades que ella rechazaba enérgicamente. El pobre Julián, con los ojos fijos en el plato, el rubio entrecejo un tanto fruncido, pasaba las de Caín.

Una idea tenaz y molesta parecía colgar de su fruncido entrecejo. Sobre los muebles y en los rincones había numerosos paquetes envueltos en papel fino, atados y sellados elegantemente.

Ella le contemplaba con sonrisa maliciosa. Muchas gracias, padre. Ahora hágame el favor de envolverme las piernas en la manta... Así; perfectamente. Ahora acuéstese un poco también y no haga ruido. El sacerdote, que a todo esto sonreía forzadamente, se acomodó en el rincón opuesto y quedó de repente serio, con el entrecejo violentamente fruncido.

No dijo Rosalía con viveza, lastimada de oír el nombre de su marido . Esto es cosa mía exclusivamente. Ni hay para qué enterar a Bringas de nada... ¡Oh!, es cosa mía, mía... ¡Ah!... ya murmuró Refugio, mirándola otra vez fijamente en el entrecejo. Rosalía advirtió que después de observarla, la maldita revolvía de nuevo en el costurero... ¿Se ablandaba al fin y sacaba los billetes?

Pero no era uno, sino buena porción los que le estaba aplicando en ambas mejillas. La joven frunció el entrecejo, disgustada de aquellas caricias, que por venir de un viejo no debían de serle agradables. Además, ya se ha dicho que los labios del duque, por efecto de la manía de morder el tabaco, solían estar sucios. ¡Quita, quita! dijo al fin rechazándole . No me sobes más.

La grave doña Mencía frunció el entrecejo al oír la narración de aquel lance; pero en la cara, en el acento y en las frases de Leonor reconoció su sinceridad y que no era culpada; la levantó del suelo en que estaba de hinojos y le aseguró que la defendería. Toda su cólera estalló con vehemencia contra el atrevido rapaz, que con tan liviano desacato ofendía su casa.

Así lo comprendió y vaciló un instante, pero la honrilla le hizo responder: Voy al momento, señora. Y se dispuso a dar cumplimiento al encargo. Pero Clementina, que había fruncido el entrecejo al oir la exigencia de su amiga, le detuvo exclamando con energía: ¡No vaya usted, Alcázar! Ya se lo encargaremos a Cobo cuando vuelva.

¡El y yo! ¿y no adivináis quién ha podido alcanzar esa gracia del rey? Indudablemente ha sido el duque de Lerma. ¡El duque de Lerma! dijo Quevedo frunciendo el entrecejo y poniéndose pálido ; el duque de Lerma no hace nada de balde.