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Actualizado: 23 de octubre de 2025
Debía ser sombrío su sueño, porque su entrecejo estaba fruncido, corría abundante sudor por su frente morena, y su boca sonrosada y de formas voluptuosas, levemente entreabierta, dejaba salir un sobrealiento poderoso y ronco.
Detrás del mostrador estaba sentada, haciendo media, nuestra antigua conocida Juana, la mujer de Simón Cerojo. Como éste, había engordado y echado mejor pellejo, y dado a su vestido cierto corte presuntuoso. Pero, al revés que en su marido, su entrecejo se había ido frunciendo, y todo su semblante agriando, a medida que la suerte fué favoreciéndolos. Porque la suerte los había favorecido.
Y ¿para qué? exclamaba el pobre don Santiago, devorándose las lágrimas y paseando maquinalmente alrededor de su cuarto, con las manos en los bolsillos del pantalón, y el gorro de panilla azul caído sobre el entrecejo.
Cuando D. Luis vio a Antoñona arrugó el entrecejo, mostró bien en el gesto lo que le contrariaba aquella visita y dijo con tono brusco: ¿A qué vienes aquí? Vete. Vengo a pedirte cuenta de mi niña contestó Antoñona sin turbarse , y no me he de ir hasta que me la des. Enseguida acercó una silla a la mesa y se sentó en frente de D. Luis con aplomo y descaro.
Rubín tragaba saliva y buscaba en el sitio donde tenemos el bigote algo que retorcer, y encontrando sólo unos pelos muy tenues, los martirizaba cruelmente. «Eso... según... dijo ella plegando su entrecejo . Me iría o no me iría...». ii Maximiliano quería saberlo todo.
Pirovani le entregó un puñado de billetes de Banco para los gastos de viaje y le dijo adiós, volviendo la espalda con la gallardía de un general que acaba de dictar la orden decisiva del triunfo. Bajó el Fraile los escalones, frunciendo su entrecejo con expresión pensativa: «Debe ser un pedido de herramientas muy urgentes para el trabajo... También es posible que me envíe por dinero...»
Ni por casualidad conduce una vez sola al terreno del honor a nadie que salga ileso... ¡Arre, pajarita! ¡vamos, que conduces a un héroe! ¡Hoy te envidiarían los caballos de los césares de Roma! Estas burlas crueles no lograron desarrugar el entrecejo de los turcos, y el cochero, en vista de que sus palabras no hacían gracia, adoptó el prudente partido de callarse.
No era ella muy fuerte en disimular, y otro menos alucinado que Rubín habría conocido que el lindísimo entrecejo ocultaba algo. Pero veía las cosas por el lente de sus ideas propias, y para él todo era como debía ser y no como era.
Con este pergenio y la expresión sentimental y dulce de su rostro, todavía bien compuesto de líneas, parecía una Santa Rita de Casia que andaba por el mundo en penitencia. Faltábanle sólo el crucifijo y la llaga en la frente, si bien podría creerse que hacía las veces de esta el lobanillo del tamaño de un garbanzo, redondo, cárdeno, situado como a media pulgada más arriba del entrecejo.
El Padre de los Maestros le saluda y agradece su atención. Lo que el catedrático deseaba era volver al lado de Momaren. El entrecejo de éste y su boca tirante y desdeñosa le infundían terror. Se inclinó ante él cuando iba a entrar en su litera, y el eminente personaje le dijo con frialdad: -Me parece un buen hombre su Gentleman-Montaña, pero sin ningún sentido crítico.
Palabra del Dia
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