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Habíala hecho Dios generosa, eso ; y si algo poseía, y encontraba personas más necesitadas que ella, le faltaba tiempo para desprenderse de todo... y tan contenta. No se dieron por convencidos los miserables, dejados de la mano de Dios, y alargando las suyas escuálidas, con afligidas voces pedían a Benina de Casia que les socorriese.

Ni Santa Rita de Casia, amiga Teresa, sufrió tanto como yo con aquel hombre endemoniado. En fin, usted ya lo sabe.... Pero cuente usted. A lo que estamos, que lo mío ya pasó y a nadie interesa. Y doña Manuela, como persona inteligente en el asunto, escuchaba la relación de la pobre Teresa, que balbuceaba y tenía que hacer esfuerzos para no llorar. Por la mañana lo había descubierto todo.

Benigna de Casia... de Casia, , señor, de donde viene la broma de que es parienta de Santa Rita».

Con este pergenio y la expresión sentimental y dulce de su rostro, todavía bien compuesto de líneas, parecía una Santa Rita de Casia que andaba por el mundo en penitencia. Faltábanle sólo el crucifijo y la llaga en la frente, si bien podría creerse que hacía las veces de esta el lobanillo del tamaño de un garbanzo, redondo, cárdeno, situado como a media pulgada más arriba del entrecejo.

Los que oyeron la palabra de Doña Guillermina, que se expresaba al igual de los mismos ángeles, ¿cómo podían confundirla con quien decía las cosas en lenguaje ordinario? Había nacido ella en un pueblo de Guadalajara, de padres labradores, viniendo a servir a Madrid cuando sólo contaba veinte años. Leía con dificultad, y de escritura estaba tan mal, que apenas ponía su nombre: Benina de Casia.