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Ya irá comprendiendo el lector por qué al decir que todos los vecinos del consabido pueblo comían el pan amasado con el sudor de su rostro, exceptuamos a Simón Cerojo.

El señor Cerojo dijo con retintín un personaje muy soplado de la sección de propietarios , y los demás taberneros que le rodean, no son muy partidarios de que se aleje el río, o mejor dicho, el agua que lleva, de sus establecimientos. No me extraña.

Por esta razón, la casa de Simón Cerojo era la única que en el pueblo de que se trata ofrecía un aspecto bastante risueño..., si bien se nublaba un tantico los días festivos, por reunirse en ella más gente de la que dentro cabía, a jugar a las cartas y a beber algo que no se parecía al agua sino en el color.

Y continuó el presidente: Segundo medio de arbitrar recursos: «Se autoriza al municipio para imponer a los artículos de beber y arder un recargo de seis por cientoEso no, ¡voto al demonio! dijo Simón Cerojo, poniéndose de pie sobre el banco y echando espumarajos de ira por la boca, contra su mesura, su tolerancia y su contingencia acostumbradas.

La vaca de tío Miguel Cerojo tuvo un lubieso en salva sea la parte, pero curó bien; y en la cabaña de Viérnoles, que estaba á la vera de la nuestra, hubo solengua y fenecieron siete cabezas. Nel, mi compañero, pensó que se le había pegao el mal; pero too ello resultó ser una atracá de arenques con leche: rompió á las tres horas, y no tuvo otro aquel.

Firme en sus manifestados propósitos de abandonar la villa tan pronto como le fuera posible, Simón Cerojo, desde el día en que le oímos hablar de ello con su mujer, se consagró exclusivamente a realizar, pero con mucho pulso, sus existencias y créditos; indispensable tarea que le ocupó algunos meses.

Detrás del mostrador estaba sentada, haciendo media, nuestra antigua conocida Juana, la mujer de Simón Cerojo. Como éste, había engordado y echado mejor pellejo, y dado a su vestido cierto corte presuntuoso. Pero, al revés que en su marido, su entrecejo se había ido frunciendo, y todo su semblante agriando, a medida que la suerte fué favoreciéndolos. Porque la suerte los había favorecido.

¡Señor Cerojo, señor Cerojo! gritó el presidente sin poderse contener por más tiempo , esas palabras son indignas de este sitio y de esta concurrencia, y yo espero que usted las retirará espontáneamente. Yo no tengo nada que retirar más que a mi persona, que voy a retirarla de aquí ahora mismo.

Simón Cerojo, que acababa de recibir su licencia de soldado, que sabía un poco de pluma y había corrido media España con su regimiento, de cuyo coronel fue asistente cinco años, y era, además, un mocetón fresco y rollizo, se creyó con todas las condiciones exigidas por la vanidosa muchacha; y se atrevió a pretenderla, no sin llevar encima, por memorial y a mayor abundamiento, en su primera visita, un reloj de cinco duros y alguna de la ropa que, como prenda «de una buena estimación y una fina amistad», le había regalado su coronel al despedirle.

Eso es lo que usted no sabe.... ¡Señores, para que se comprenda toda la intemperancia del señor Cerojo y sus amigos, baste saber que de la base que tanto le ha sulfurado, no se ha leído más que la mitad! ¡Ahora no soy yo el intemperante, señor presidente! vociferó Simón, dominando con dificultad el tumulto que empezaba a reinar en la sala. ¡Orrrdeeen, señores! gritó el presidente.