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La dulce Hija, postrándose de hinojos, dice a la Madre, a tiempo que sus ojos leve cendal de lágrimas empaña: Dios ha dispuesto el término del plazo y ya es la hora de romper el lazo que nos unió tres siglos, ¡Madre España! ¡Madre, , madre!

Encendió primero las velas del altarito, que estaban apagadas; vio con cierta pena que las flores yacían marchitas; pidió perdón a la devota imagen por haberla tenido desatendida mucho tiempo; y, postrándose de hinojos, y a solas, oró con todo su corazón, y con aquella confianza y franqueza que inspira quien está de huésped en casa desde hace muchos años.

Dos mujeronas, de rodillas a un lado y otro, la una con un vaso de agua y vino, la otra atizándole friegas, le hablaban a gritos: «Vuelva en ... ¿Qué demonios le pasa?... Eso no es más que maulería. ¿No quiere beber más?». Benina, de hinojos, se puso también a gritarle, sacudiéndole: «D. Frasquito de mi alma, ¿qué es eso? Abra los ojos y véame: soy la Nina».

La grave doña Mencía frunció el entrecejo al oír la narración de aquel lance; pero en la cara, en el acento y en las frases de Leonor reconoció su sinceridad y que no era culpada; la levantó del suelo en que estaba de hinojos y le aseguró que la defendería. Toda su cólera estalló con vehemencia contra el atrevido rapaz, que con tan liviano desacato ofendía su casa.

Acababa de abrirse la puerta y el doctor salió del cuarto de su hija. El sombrío semblante del señor de Avrigny adquirió una expresión de severidad terrible al ver a Amaury ante . El joven sintió que sus piernas flaqueaban y cayó de hinojos pronunciando con ahogada voz esta palabra: ¡Perdón!

Allí rezamos un Credo, postrados todos de hinojos; eché algunos cuartos en el cepillo del santuario, volví á montar sobre el macho, y con un «buen viaje» de todos y una mirada de mi señor padre que hizo brotar las lágrimas de mis ojos, partimos mis dos amigos y yo para Salamanca, adonde llegamos sanos y salvos, después de mil divertidos episodios, que tal vez le cuente en otra ocasión, á los diez y nueve días, ocho horas y catorce minutos.

La mía es una verdadera dama castellana que por un milagro de la escultura parece que no la han enterrado en un sepulcro, sino que aun permanece en cuerpo y alma de hinojos sobre la losa que la cubre, inmóvil, con las manos juntas en ademán suplicante, sumergida en un éxtasis de místico amor. De tal modo te explicas, que acabarás por probarnos la verosimilitud de la fábula de Galatea.

Magdalena lanzó un grito de alegría y Amaury cayó de hinojos. Mas de pronto levantose porque acababa de ver que Magdalena vacilaba y estaba a punto de desplomarse. El señor de Avrigny se apresuró a acercar una butaca en la que Magdalena se dejó caer más bien que se sentó, porque, en efecto, sentíase desfallecer por momentos.

Disponíase a tranquilizar a la moribunda deslizando un juramento en su oído cuando se oyó una campanilla que le hizo estremecerse y quedar como clavado en su sitio. Era el sacerdote que volvía en compañía del sacristán de San Felipe de Roule y de dos monaguillos para administrar a Magdalena los últimos sacramentos. Todos callaron al sonar la campanilla y se postraron de hinojos.

Con tal efusión rompió en llanto la desdichada Doña Francisca, cruzando las manos y poniéndose de hinojos, que el buen sacerdote, temeroso de que tanta sensibilidad acabase en una pataleta, salió a la puerta, dando palmadas, para que viniese alguien a quien pedir un vaso de agua.