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No atreviéndome a pedírsele ni pudiéndome resignar a irme sin él, quise robarle con una astucia, a la cual se prestaba la diferencia de alturas de nuestros asientos. Me fui deslizando del mío poco a poco, y bajando, bajando, hasta verme de rodillas delante de ella. ¡Aquel era mi puesto!, ¡así debía estar yo, y más abajo todavía, y pisoteada por sus pies!

Don Laureano, sin darse por ofendido, se fue deslizando pian piano hacia otro grupo. En este momento crítico de la jira campestre se efectuó en el Vivero de Migas Calientes un suceso insignificante en la apariencia, realmente de una trascendencia tan grande que sólo otros tiempos y otras generaciones podrán medir por completo su alcance.

El daría cuanto era por ser aquel banco del jardín, abrumado dulcemente por su peso las tardes enteras; por convertirse en la labor que giraba entre sus dedos delicados; por transfigurarse en una de las personas que la rodeaban a todas horas, de aquella Beppa, por ejemplo, que la despertaba por las mañanas, inclinándose sobre su cabeza dormida, moviendo con su aliento la cabellera deshecha, esparcida como una ola de oro sobre la almohada y que secaba sus carnes de marfil a la salida del baño, deslizando sus manos por las curvas entrantes y salientes de su suave cuerpo.

Tío Nardo de pie á su lado, pero algo más tranquilo, respeta la situación de su mujer y no se atreve á separarla de allí. Transcurre media hora. La fragata despliega al viento su blanco velamen; hunde la proa en las aguas, como si dirigiera un galante saludo de despedida al puerto, y, deslizando rápidamente su quilla, desaparece en breve detrás de San Martín.

Al fin llegó el hanson, y, deslizando una buena propina en la mano del policía, entré en aquél y partimos, lentamente, a través de la niebla, casi al paso, tal era la dificultad de poder marchar. Había colocado sobre el lado derecho de la espalda mi bufanda de seda, para restañar la sangre que manaba de mi herida.

Aun cuando ya Lady Clara no se interesaba en las declaraciones de Carolina, permanecieron todavía algún tiempo en esta situación. Abandonada a sus pensamientos y deslizando los dedos por entre sus rojos rizos, dejó que la niña desatase toda su charla. No me tienes bien, mamá dijo Carolina finalmente después de cambiar una o dos veces de postura.

Los mimbrerales alternaban con los prados, los álamos blancos con los sauces amarillentos. A la derecha corría lentamente un río deslizando sus aguas turbias entre las riberas manchadas de limo. A la orilla había barcos cargados de maderas y viejas chalanas rajados en el fondo como si jamás hubiesen flotado.

Oye, Magdalena, repuso Antonia acercándose a su prima y deslizando en su oído estas palabras que Amaury no pudo oír: Si por cualquier motivo no quieres que se me vea en el baile, dímelo francamente y me volveré a mi habitación. ¿Y con qué derecho y por qué razón habría yo de privarte de ese gusto? preguntó Magdalena en voz alta. Yo te juro que eso no constituye ningún gusto para mi.

Disponíase a tranquilizar a la moribunda deslizando un juramento en su oído cuando se oyó una campanilla que le hizo estremecerse y quedar como clavado en su sitio. Era el sacerdote que volvía en compañía del sacristán de San Felipe de Roule y de dos monaguillos para administrar a Magdalena los últimos sacramentos. Todos callaron al sonar la campanilla y se postraron de hinojos.

Volvió después doña Lupe a tomar en boca la metamorfosis de su sobrino, deslizando algunas bromitas, que a este le supieron a cuerno quemado. «Ya se ve, con esos estudios que haces ahora en casa de los amigos, te habrás vuelto un pozo de ciencia... A no me vengas con fábulas.