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Pero no era uno, sino buena porción los que le estaba aplicando en ambas mejillas. La joven frunció el entrecejo, disgustada de aquellas caricias, que por venir de un viejo no debían de serle agradables. Además, ya se ha dicho que los labios del duque, por efecto de la manía de morder el tabaco, solían estar sucios. ¡Quita, quita! dijo al fin rechazándole . No me sobes más.

De pie, al borde del terraplén, de espaldas al abismo, parecía ser aquel su lugar natural, y el cuervo, dando vueltas a uno y otro lado, no conseguía alterarle. Yégof levantó el cetro, frunció las cejas y exclamó: ¡Hullin! Por segunda vez te reitero mi petición y por segunda vez la rechazas. Volveré a hacértela por última vez, ¿lo oyes?, por última vez. Después... ¡que se cumpla el destino!

Levemente frunció el ceño el novio, que no en vano había corrido cuarenta y pico de años de la vida cercado de gentes de festivo humor y fácil trato y huyendo de las escenas de lagrimitas y de lástimas y disgustos que alteraban por extraño modo el equilibrio de sus nervios, desagradándole como desagrada a las gentes de mediano nivel intelectual el sublime horror de la tragedia.

Hombres muy sensatos conocemos que primero subían al patíbulo que entraban en el teatro antes del primer acto. Pero el gozo de la dama fué de corta duracion; había visto el otro palco que continuaba vacío; frunció las cejas, y se puso á reñir á su cara mitad armando tal escándalo que muchos se impacientaron. ¡Sst! ¡sst!

Todo esto lo explicó rápidamente Cristeta, añadiendo malhumorada: ¡Y la estatua... soy yo! Frunció don Juan el entrecejo, y exclamó, tirando los papeles sobre el diván: Da grima. ¡No haga usted eso! Tan claramente manifestó su desagrado, que Cristeta no pudo menos de sentir sorpresa.

Necesitaba una fórmula que le diese prestigio entre sus oyentes adjudicándole cierta iniciativa con asomos de jefatura. Frunció el ceño, bajó la cabeza, recogió su pensamiento para buscar la fórmula que necesitaba. Como en ocasiones parecidas, en aquella su frente semejaba el duro testuz del toro, previniendo la acometida.

Frunció, pues, Butrón el formidable pliegue, y mirando la ceniza de su cigarro, dijo solemnemente: ¡Olózaga!... El y sólo él sirve de puntal a esta situación que se desmorona... Sin su habilidad y sus esfuerzos, tendríamos ya la Restauración planteada hace medio año.

¡Usted! clamó sin cesar de reír . ¡Vaya una ocurrencia, don Julián! El capellán bajó los ojos y frunció el rubio ceño. Sentía cierta vergüenza de su sotana, que le inutilizaba para prestar el menor servicio en tan apretado trance. Y al par que sacerdote era hombre, de modo que tampoco podía penetrar en la cámara donde se cumplía el misterio.

La grave doña Mencía frunció el entrecejo al oír la narración de aquel lance; pero en la cara, en el acento y en las frases de Leonor reconoció su sinceridad y que no era culpada; la levantó del suelo en que estaba de hinojos y le aseguró que la defendería. Toda su cólera estalló con vehemencia contra el atrevido rapaz, que con tan liviano desacato ofendía su casa.

Probablemente con mi tío. Y yo detrás. Veremos...; pero crea usted que desde ahora hasta el verano ya se le habrá quitado a usted eso de la cabeza. No vaya usted a creer que es un capricho. Cristeta le miró algo severa, frunció el ceño y respondió: Nunca he creído yo que pudiera servir para satisfacer caprichos. <tb> Aquella misma semana tuvieron varias conversaciones parecidas.