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Todo esto lo explicó rápidamente Cristeta, añadiendo malhumorada: ¡Y la estatua... soy yo! Frunció don Juan el entrecejo, y exclamó, tirando los papeles sobre el diván: Da grima. ¡No haga usted eso! Tan claramente manifestó su desagrado, que Cristeta no pudo menos de sentir sorpresa.

Casaría a su Ramón con Bernarda, una muchacha fea, malhumorada, cetrina y enjuta de carnes, que heredaría de sus padres tres hermosos huertos. Además, llamaba la atención por lo hacendosa y económica, con una parsimonia en sus gastos que rayaba en tacañería. Ramón obedeció a su padre.

Los enemigos están cerca; van á entrar en París «como la otra vez».... Pero la joven malhumorada muestra un optimismo agresivo. No, no entrarán, Madame.... Y si entran, yo no quiero verlo, no me da la gana; no podría. Me arrojaré antes al Sena.... Pero no; mejor será que me quede en mi ventana, y al primero que entre en la calle le enviaré....

Villaverde se regocija de cuando en cuando, y tiene sus fiestas y sus paseos populares. No siempre ha de estar triste y malhumorada. El día tres de Mayo acuden los villaverdinos a la herbosa alameda de Santa Catalina.

Acarició por varios días la idea, gozando de antemano con el efecto que iba á causar en Soledad. Sin duda lo que le hacía falta á ésta era adquirir la dignidad de esposa. Su situación humillante era lo que la tenía constantemente seria, malhumorada.

Al día siguiente, al amanecer, se levantó rápidamente, abriose camino al través de los helechos a modo de palmeras, y del espeso matorral del pinar, asustando a la liebre en su madriguera y despertando la malhumorada protesta de algunos grajos calaveras, que al parecer habían pasado la noche en orgía; así llegó a la selvática cumbre donde una vez había hallado a Melisa.

No, no, mejor es que salgamos de paseo; el asunto es delicado, y por esos andurriales podremos hablar a nuestras anchas. Como usted quiera. Cogió el párroco su bonete, echose el balandrán sobre la sotana con peligro inminente de asarse vivo, y sacando de un rincón de la sala el tremendo cayado en que solía apoyarse, fue a avisar a la señora Rita de que salía. ¿Adónde? preguntó ésta, malhumorada.

A la malhumorada fugitiva, esta escena la afectó muy desagradablemente y la conclusión hizo que sus mejillas se tiñeran de carmín.

Cuando una de sus compañeras se lo explicó detalle por detalle, la pobre muchacha se puso como la grana y su primer impulso fue decir que renunciaba a ser cómica, pero le dio vergüenza avergonzarse. Volvió a su casa malhumorada, se encerró en su cuarto y estuvo llorando hasta la hora de tornar al teatro.

Después venía el personal auxiliar de la familia: un ayuda de cámara andaluz, que lanzaba un che a cada dos palabras para que no le confundiesen con los de la tierra; una institutriz británica, roja y malhumorada; una doncella gallega, con vestido negro y cuello y puños masculinos; otra de pelo cerdoso, achocolatada de tez, los ojos achinados, oblicuos.