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No puedo ocultar a usted que me desagrada la familiaridad de la niña con el sobrino de Urbano. EVARISTA. Ya la corregiremos. Pero tenga usted presente que Máximo es un hombre honradísimo, juicioso... PANTOJA. , ; pero... Amiga mía, en los senderos de la confianza tropiezan y resbalan los más fuertes: me lo ha enseñado una triste experiencia. Yo sentaré la cabeza cuando me acomode.

Experiencia lenta y dolorosa, ¿de qué sirves? Si ese lugar que busco no existe por aquí, forzosamente ha de existir en alguna otra región. Busquémoslo, amigo leal y ya inseparable.... Veo que no estás menos aburrido y desilusionado que yo. ¡Ay! yo desfallezco; apenas puedo sostenerme en tus brazos; todo me desagrada: el aire, la luz, los árboles, la mar, el espacio, las estrellas, el sol

Todo desagrada y fastidia allí, y el viajero acaba por persuadirse de que Colonia no es interesante sino por su catedral maravillosa y sus fábricas de agua de olor ó de Colonia, bautizada siempre con el nombre inmarcesible de «Juan María Farina», el nombre mas cosmopolita del mundo en toda la acepcion de la palabra.

La joven tomó el brazo de su madre, apoyó su linda cabeza sobre el hombro materno, y dijo cariñosamente: Querida mamá, puedes estar tranquila, no estoy afligida. ¿ sabes, entonces? María Teresa se sonrió. Que Huberto ha ido a las carreras de Ascot, que ha mentido, y que se divertía mientras nosotros sufríamos. No solamente esto no me desagrada, sino que me llena de felicidad...

Mira, Quilito, que no seremos amigos, si no dejas ese tema; ya sabes cuánto me desagrada. ¡Oh! tiíta Silda... ¡pues no faltaba más! Estampó un beso sonoro en la lustrosa mejilla de la señora, acompañado de cariñosos palmoteos en la espalda. Eres un loco, ¿cuándo sentarás el juicio?

¡El hermano cura! repetí yo con extrañeza; ¡qué raro! ¿Es así como llaman aquí a su párroco? No, señor, me respondió el sacerdote, antes le llamaban aquí, como en todas partes, el señor cura; pero a me desagrada esa fórmula, demasiado altisonante, y he rogado a todos que me llamen el hermano cura: esto me da mayor placer. Es Vd. completo. ¡Y yo que he venido llamando a Vd. el señor cura!

»Su Oliverio no me desagrada, me inquieta. Es evidente que ese mozo precoz, positivo, elegante, resuelto, puede equivocar el camino y pasar junto a la dicha sin sospecharlo. También él ha de tener sus fantasmagorías y se creará imposibilidades. ¡Qué locura!

Tirso estaba menos cohibido ante ella que en su primera visita, porque ya se habían hablado algunas veces en las juntas de la hermandad. ¿Sigue Vd. contento en Madrid? le preguntó la Condesa, indicándole que tomara asiento. Trabajo no falta, y algo me distrae; pero mi situación va siendo anómala, y esto me desagrada bastante. Estamos, sin embargo, muy satisfechos de Vd.

Entonces le rogué que se sentara a escucharme, y comencé la lectura. Cuando llegué a las últimas líneas me rogó, con los ojos humedecidos, que se las explicara. Las últimas líneas, anteriores a nuestro matrimonio, dicen así: »El Conde es más joven que papá: tiene cuarenta y cuatro años. Yo no si esto me agrada o me desagrada. »Yo se las he explicado como mejor he podido.

¿Pero cree usted que haga feliz á mi hija? No creo que la haga desgraciada. Sería suponerle una alma depravada. ¿Qué quiere usted que haga, Dios mío? A no me gusta nada, pero es el único que no desagrada á Margarita... y por otra parte, ¡hay tan pocos hombres que tengan cien mil francos de renta!