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Zaféme con mucho trabajo de tanta multitud de sangrientos cadáveres amontonados, y llegué arrastrando al pié de un naranjo grande que habia á orillas de un arroyo inmediato: allí me caí rendida del susto, del cansancio, del horror, de la desesperacion, y del hambre. En breve mis sentidos postrados se entregáron á un sueño que mas que sosiego era letargo.

La tierra adentro salen de corrida, Dejando los soldados en el puerto, En centinela estan de noche y dia, Y cada cual igual temor tenia. Llegué yo á esta sazon en mi navio De allá de la Asumpcion con poca gente; El pueblo se holgó y tomó brio, Y á sus casas volvieron de repente.

Luego, una vez allí, no hubo más remedio que aguantar un rato. Vino papá, y porque no saliese conmigo esperé otro poquito a que se fuese.... ¡Ahí ves! ¡Tiene gracia ese chico! dijo riendo el caballero. ¡Mucha! ¡Si es muy divertido que le averigüen a una dónde va y lo sepa en seguida todo el mundo, y llegue a oídos de mi marido! ¡Ríete, hombre, ríete!

Cuando llegué a mi casa me dio un vuelco el corazón. Entré, y tía Pepilla salió a mi encuentro: ¡Rorró! ¡Rorró! Mira... y me enseñaba una carta. ¿Qué es eso? Mira... ¡una carta! ¿De Angelina? ¡De Angelina!... Vamos a ver qué te dice.... , tía; pero después de que yo la lea.... ¡Cómo quieras, Rorró! contestó sonriendo.

10 Y oyéndolo Sanbalat horonita, y Tobías, el siervo amonita, les disgustó en extremo que viniese alguno para procurar el bien de los hijos de Israel. 11 Llegué pues a Jerusalén, y estuve allí tres días,

Venga usted a decirme que el sistema judicial no es gran cosa. Que cada uno multa como le da la gana, y juzga como le parece. Pero eso es por ahora no más. Deje usted que llegue aquel día raro, aquel día particular, que ha de ser el decisivo; día, en fin, de la oportunidad, el día que nos convenga pasarlo bien, que ese día será otra cosa.

Me fijé más aún, me fijé con el tenaz ahinco de una curiosidad entre novelesca y compasiva, entre parisiense y cristiana, y llegué á distinguir que aquella mujer tenia apoyado el codo derecho sobre uno de los quicios de las maderas, mientras que dejaba caer el rostro hácia adelante con un descuido tal, que su aliento empañaba los cristales.

14 y le pusiere algunas faltas, y esparciere sobre ella mala fama, y dijere: Esta tomé por mujer, y llegué a ella, y no la hallé virgen; Y extenderán la sábana delante de los ancianos de la ciudad. 18 Entonces los ancianos de la ciudad tomarán al hombre y lo castigarán;

Mira, maño, que no tengo más.» Y el trato quedó cerrado en un duro, un «napoleón», como se decía entonces, el único dinero con que llegué a Buenos Aires. ¡Y gracias que hubiese entrado con él!... Ustedes se acuerdan de cómo se desembarcaba en aquellos tiempos.

Ya se sabe que el que lo tiene, lo tiene; pero ahora vamos al caso de que es preciso que a todos les llegue su día, y que cuantos nacemos iguales gocemos de lo mismo, ¡tan siquiera un par de horas! ¡Siempre unos holgando y otros reventando! Pues no ha de durar hasta la fin de los siglos, que alguna vez se ha de volver la tortilla. El que está debajo, mujer, debajito se queda. ¡Conversación!