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Por esto pudo notar la señorita Rita la piedad de Paula bien pronto. «La hija de Antón Raíces, le dijo al señor cura, tira para santa, no sale de la iglesia». El cura habló a la chicuela, y aseguró a Rita que era una Teresa de Jesús en ciernes. En una enfermedad del ama, el párroco pidió a Raíces su hija para reemplazar a Rita en su servicio. Rita sanó pero Paula no salió de la Rectoral.

Su fama de perfecta ama de cura corrió por toda la provincia; el párroco de la Virgen tenía la imprudencia de alabar su talento culinario, su despacho, su integridad, su pulcritud, su piedad y demás cualidades delante de otros clérigos, a la mesa, después de comer bien y beber mejor. Cundió la fama de Paula, y un canónigo de Astorga se la arrebató al cura de la Virgen.

En conclusión, para que todos sean artistas en Lucban diré á ustedes que mi querido amigo Fr. Samuel Mena, su cura párroco, es entre otras cosas buenas, un excelente músico, y vean mis lectores cómo rodando rodando, hemos vuelto adonde partimos.

Don Fermín, recordando de repente su mal humor, sus contratiempos del día, se puso en pie y encarándose con el párroco que también se levantó como si fueran a atacarle dijo con voz áspera: Señor mío, estoy enterado de todo, y tengo el disgusto de decirle que su asunto tiene muy mal arreglo. El concilio Tridentino considera el delito que usted ha cometido, como semejante al de herejía.

Me dieron sendos apretones de manos, que me hicieron ver las estrellas; y mientras volvían a sentarse, a mis ruegos, y me sentaba yo también a los de mi tío entre él y el señor Cura, continuó diciendo el primero, señalando al segundo: El señor don Sabas Peñas, párroco de este pueblo desde que cantó misa... ¡ya hace fecha! porque te advierto que no baja una peseta de los tres duros y medio... Se los llevo bien contados... Buen amigo, buen cumplidor de sus deberes, eso , y muy docto en latines de todas clases... y en poner una bala en el corazón de un oso sin que le tiemble el pulso... No se le conoce otro vicio.

Tío Traga-santos le dijo el Párroco, no debe usted extrañar que su manifiesto del ten-con-ten no haya producido el efecto que usted se propuso, porque ni yo mismo he podido entender lo que usted quería decir en él.

Por fin, dejó que el cura la bautizase con el nombre de Leonor. Pero como si nada. Al marcharse le dijo al párroco: «Será Leonora por razones que le placen al padre y que no comprendería usted aunque yo se las explicase». ¡Qué tremolina aquella!

El sacerdote que la tomó bajo su protección la puso allí, al verse obligado a desempeñar la cura de almas en un pueblo de la sierra, que a la sazón estaba infestada de guerrilleros y bandidos. Algún amigo de la familia habló de mis tías al párroco, y Angelina se quedó con ellas. El sacerdote les pagaba una corta pensión. El cura era pobre, y no podía derrochar el dinero así como quiera.

Anunciáronle, entonces, la visita del párroco, y ella bajó algún tanto extrañada, porque era la hora intempestiva por todos conceptos. El buen señor había leído en los periódicos la terrible catástrofe, y corrió desolado a casa de la infeliz madre para prepararla poco a poco, antes que algún indiscreto le diera la noticia de un golpe.

Cerca ya de Gallarta, al quedar solo el doctor, vió venir hacia él un hombre montado en una burra blanca, tan grande y tan fuerte que casi parecía una mulilla. Por la cabalgadura conoció Aresti desde muy lejos á don Facundo, el cura párroco de Gallarta.