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Por enfermedad suele hacerse tan profunda la imaginacion, que ocasiona muchísimos errores. Es de advertir, que algunas veces la enfermedad que daña la imaginacion, dexa al juicio sano y este corrige los errores y desórdenes de aquella. Otras veces la enfermedad del celebro daña la imaginacion y al juicio, y los que así padecen, yerran neciamente.

En general, los terapeutistas modernos han reconocido la necesidad de introducir como elemento de la materia médica la observacion de los efectos de los medicamentos sobre el hombre sano. aquí una confesion de los errores del pasado y de los defectos de la antigua materia médica, y al mismo tiempo un homenaje tributado á Hahnemann, y una base para el porvenir.

Don Andrés se holgó mucho de que hubiese vuelto sano y salvo el secretario del Ayuntamiento, que le era utilísimo y a quien profesaba más amistad que a nadie. No por eso quiso llamar a don Paco ni ir a verle en seguida, turbando el reposo de que sin duda había menester; pero no creyó en el duelo o pendencia que don Policarpo había supuesto y contado.

Sanjurjo me gritó Joaquinita, con el sano propósito de desconcertarme , muy melancólico anda usted hoy. Me volví y respondí, sonriendo: Hay motivos. Cuéntemelos usted. Nunca. Y seguí adelante, muy contento de haber enviado a Gloria, delicadamente, un testimonio de mi amor. No tardamos en llegar al monasterio.

-En lo que toca -prosiguió Sancho- a la valentía, cortesía, hazañas y asumpto de vuestra merced, hay diferentes opiniones; unos dicen: "loco, pero gracioso"; otros, "valiente, pero desgraciado"; otros, "cortés, pero impertinente"; y por aquí van discurriendo en tantas cosas, que ni a vuestra merced ni a nos dejan hueso sano.

Pues bien prosiguió don Fermín nosotros necesitamos toda la verdad; no la verdad fea sólo, sino también la hermosa. ¿Para qué hemos de curar lo sano? ¿Para qué cortar el miembro útil?

42 Y mientras se acercaba, el demonio le derribó y despedazó; pero Jesús increpó al espíritu inmundo, y sanó al muchacho, y se lo volvió a su padre. 43 Y todos estaban fuera de de la grandeza de Dios. Y maravillándose todos de todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos:

Harto bien conocía Fray Miguel la postración de su cuerpo y la proximidad de su muerte; pero, al mismo tiempo, conocía con reposado júbilo que nunca había estado su espíritu más sano, más perspicaz, ni más sereno que entonces. En tal disposición, quiso Fray Miguel comunicar a alguien que le comprendiese los pensamientos y las ideas que en aquellos momentos supremos había en su alma.

Hizo un esfuerzo y trayendo hacia la barba el embozo sucio de la sábana rota, continuó: Ítem: muero por falta de tabaco.... Otrosí... muero... por falta de alimento... sano.... Y de esto tienen la culpa el señor Magistral, y mi señora hija.... Vamos, don Santos se atrevió a decir el cura no aflija usted a la pobre Celesta. Hablemos de otra cosa. Ni usted se muere, ni nada de eso.

Subimos por la avenida que conducía a la villa Tarlein y apenas pudo oírse desde ésta el paso de los caballos, salió Sarto apresuradamente a recibirnos. ¡Gracias a Dios que vuelve usted sano y salvo! exclamó. ¿No ha asomado ninguno de ellos por el camino? ¿De quiénes habla usted, coronel? pregunté, echando pie a tierra. Nos llevó a un lado, para que no lo oyesen los lacayos.