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De todo ello tomó pie don Ventura para alabar la conducta de los declarantes y condenar las doctrinas impías, objeto principal de la protesta. «Atacar la religión de cierto modo, vamos, se ve a menudo; pero, hombre, ¡negar a Dios; a Dios Uno y Trino, Grande, Omnipotente y Misericordioso!... ¡y en Villavieja! ¡Qué barbaridad!» Y lloraba de espanto y pesadumbre el bendito varón.

Jerónimo Cardano, matemático del siglo XVI, reformador del aparato de suspensión de la aguja náutica, decía que exaltar á Colón no es celebrar á un hombre ni enaltecer á un linaje, ni alabar á una ciudad ni á un reino; es proclamar una gloria de la humanidad beneficiada con su descubrimiento.

Y él respondió: ¿Pues qué otro? ¿No me ve la mella que tengo en los dientes? No tratemos de esto, que parece mal alabarse el hombre. Yendo en estas conversaciones, topamos en un borrico un ermitaño, con una barba tan larga que hacía lodos con ella, macilento y vestido de paño pardo. Saludamos con el Deo gracias acostumbrado y empezó a alabar los trigos y en ellos la misericordia del Señor.

Saludámosle con el Deo gratias acostumbrado, y empezó a alabar los trigos y en ellos la misericordia del Señor. Saltó el soldado, y dijo: "¡Ah, padre! Más espesas he visto yo las picas sobre , y, ¡voto a Cristo!, que hice en el saco de Amberes lo que pude; , ¡juro a Dios!" El ermitaño le reprehendía que no jurase tanto.

Al principio, por no parecer envidiosos, hacen como que la acatan: y, como que es de fuertes no temer, ponen un empeño desmedido en alabar al mismo a quien envidian, pero poco a poco, y sin decirse nada, reunidos por el encono común, van agrupándose, cuchicheando, haciéndose revelaciones. Se ha exagerado. Bien mirado, no es lo que se decía. Ya se ha visto eso mismo. Esos ojos no deben ser suyos.

Unas quintillas de Fray Luis de León comenzaban así: Si quieres, como algún día, alabar rubios cabellos, alaba los de María, más dorados y más bellos que el sol claro al mediodía.

Con él fue con aplauso recebido El docto JUAN ANTONIO DE HERRERA, Que puso en fil el desigual partido. O quien con lengua en nada lisongera, Sino con puro afecto en grande exceso, Dos que llegaron alabar pudiera! Pero no es de mis hombros este peso, Fueron los que llegaron los famosos Los dos Maestros CALVO Y VALDIVIESO.

El Ferrer no se cansaba de alabar las bellezas del establecimiento en el que había permanecido ocho años. Olvidaba las cóleras y tristezas sufridas allá. Todo lo veía al través de ese amor a lo pasado que desfigura los recuerdos.

Hincado D. Álvaro, decía con voz más solemne que antes: «Cincuenta mil millones de millares de veces sea bendito y alabado el Santísimo Sacramento del altar», y empezaban los actos de fe, después de los cuales venía el alabar á Dios. Al llegar aquí las palabras del dueño de la casa eran cada vez más cortadas y rápidas y el coro apenas podía seguirle, anhelante y fatigado.

La inconcebible temeridad de Santiago les sacó de su embarazo y no tuvieron más que una voz para alabar y felicitar al autor de aquel admirable plan de campaña, que vio, pero demasiado tarde, en qué peligrosa situación se había colocado. El Cielo le ha inspirado, Santiago, dele las gracias dijo el capitán.