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Pero si vienen a curiosear, siento tener que decirles que tomen la puerta y que aquí no hacen falta para nada». Salieron las tales muy corridas, echando de sus bocas, por la escalera abajo, palabras absolutamente contrarias a los latines que pocos momentos antes se habían oído en el propio sitio.

Total: que cuando Juan se hizo bachiller en Artes, Barbarita declaraba riendo que con estos teje-manejes se había vuelto, sin saberlo, una doña Beatriz Galindo para latines y una catedrática universal. v

Y crea usted que no me alegro por interés... ¿Para qué quiero yo el dinero? Para nada. Me alegro por tener el hijo de la casa, y esto no me lo quita nadie. Ni con latines ni sin latines me lo quitan. ¿Verdad, señora? Usted está ahora de mi parte. Y ella también está ahora de mi parte, ¿verdad? Cállese la boca. Porque yo necesito que alguien me quiera de firme.

Algunos, pocos, lo hacen así; los más, a los dos o tres años de haber llegado, son ya unos villaverdinos completos, ni más ni menos que si allí hubieran nacido; como si de rapaces hubiesen guerreado en homéricas pedreas al pie del cerro del Cristo, en pro o en contra de la Escuela del Cura; como si hubieran salado en las dehesas del Escobillar, y aprendido latines en los bancos del pomposísimo Cicerón.

Estaban en la misma puerta del cafetín, jugueteando como dos chavales, dándose golpecitos en el abdomen y obsequiándose mutuamente con buñuelos, que acompañaban de latines y signos en el aire, como si se administrasen la comunión. ¡Vaya un par de «puntos» alegres!

No, niño; no pierdas el tiempo. ¡Los clásicos! ¡Los grandes autores del siglo de Augusto! Virgilio... ¡el dulce Virgilio! Horacio.... Y si no tienes muy firmes tus latines, los clásicos españoles.... Fr.

Entonces le zumbaban los oídos, y ya no oía las voces graves del sochantre y de los salmistas, ni el rum rum del hebdomadario, que allá abajo gruñía recitando de mala gana los latines de Prima.

No señor, es decir, Cristeta que se llama, pero el apellido es Martínez. ¡Imposible! Pos si lo sabe usted, ¿pa qué he hecho yo esta caminata? El señor se llama Martínez, conque sacusté la consecuencia. De modo que está casada, ¿desde cuándo? Ende que le dijeron los latines, si se los han dicho. ¿No estás segura?

Dirá que es mujer legítima... ¡Humo! Todo queda reducido a unos cuantos latines que le echó el cura, y a la ceremonia, que no vale nada... Esto que yo tengo, señora mía, es algo más que latines; fastídiese usted... Los curas y los abogados, ¡mala peste cargue con ellos!, dirán que esto no vale... Yo digo que vale; es mi idea. Cuando lo natural habla, los hombres se tienen que callar la boca».

CIPIÓN. Para saber callar en romance y hablar en latín, discreción es menester, hermano Berganza. BERGANZA. Así es, porque también se puede decir una necedad en latín como en romance. CIPIÓN. Dejemos esto, y comienza a decir tus filosofías. BERGANZA. Ya las he dicho: éstas son que acabo de decir. CIPIÓN. ¿Cuáles? BERGANZA. Estas de los latines y romances, que yo comencé y acabaste.