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Era una cañí, una hija legítima del marqués de San Dionisio. ¡Que no le quitasen a ella sus juerguecitas hasta el amanecer, tocando palmas y taconeando sentada, con las faldas en las rodillas! ¡Que no la privasen del vino de la tierra, que era su sangre y su felicidad! Si rabiaba la familia, que rabiase. Ella quería ser gitana como su padre.

Otro tercer problema apareció al punto sobre el tapete, como consecuencia legítima del primero y secuela irremisible del segundo... ¿Quién sería el padrino que presentase al héroe en la corte?... ¿Quién tendría valor suficiente para apadrinar una indecencia y correr los futuros contingentes de un avance político?...

MÁXIMO. Ambición muy legítima, tía. Fíjese usted en que... El afán, la sed de riquezas para saciar con ellas el apetito de goces. Gozar, gozar, gozar: esto queréis y por esto vivís en continuo ajetreo, comprometiendo en la lucha vuestra naturaleza: estómago, cerebro, corazón.

Conociendo ella toda la cadena de circunstancias que eran un profundo secreto para los otros, podía inferir que, además de la acción legítima de su propia conciencia, se había empleado, y se empleaba todavía contra el reposo y bienestar del Sr. Dimmesdale, una maquinaria terrible y misteriosa.

Yo creía también que las cuestiones que España tenía con Francia o con Inglaterra eran siempre porque alguna de estas naciones quería quitarnos algo, en lo cual no iba del todo descaminado. Parecíame, por tanto, tan legítima la defensa como brutal la agresión; y como había oído decir que la justicia triunfaba siempre, no dudaba de la victoria.

Por el Sr. D. Matias de Irígoyen, se dijo: Que reproduce en todas sus partes el voto del Sr. Dr. D. Juan José Castelli. Por el Sr. D. Ignacio de Rezabal, se dijo: Que entretanto no se tenga noticia positiva de haber espirado en la península la autoridad suprema legítima de la nacion, no se innove el sistema de gobierno: que siga en el mando el Exmo. Sr.

Seréis de mis heridas dulce píctima, Sólo en oyendo vuestra dulce plática; Seréis, señora, mi mujer legítima, Que así en la orilla fresca y aromática De aquella fuente fué nuestro propósito, Y amor de nuestras almas el depósito. Pena traigo, señora; mas repórtola Con ver que llego a puerto salutífero. Mi esperanza se alarga, pero acórtola Con la grandeza de Narváez belífero.

Algún reparo podría ponerse, en buena lógica, a esta conclusión; pero la verdad es que entonces era legítima. que te quiero. ¡Más de lo que te figuras! ¡Mira que me figuro mucho!... Pues más aún...; pero el decirte semejante porquería es una indignidad que ese canalla me ha de pagar. Déjalo de mi cuenta, tonto. Vosotros no sabéis castigar esas cosas... Ya verás cómo yo tocarle en lo vivo.

Y no había más que verle para convencerse de ello: ya era otro hombre; vestía con más esmero que antes; miraba con más firmeza; andaba mejor; hablaba menos, pero más al caso... en fin, no era ya el muchachón aturdido y abandonado a sus rarezas, sino el mozo discreto y convencido de algo, con su poco de carácter y su sello de legítima personalidad.

Empezó por unirse a unas cuantas señoras nobles amigas suyas que habían establecido asociaciones para socorros domiciliarios, y al poco tiempo Guillermina sobrepujó a sus compañeras. Estas lo hacían por vanidad, a veces de mala gana; aquella trabajaba con ardiente energía, y en esto se le fue la mitad de su legítima.