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El guapo, á quien el amor y los pesares no habían podido arrancar de cuajo su inveterada arrogancia, gozaba con las preferencias de la bella y los celos del muchacho. ¿Dónde va tu novio tan encandilao? díjole sonriendo con orgullo, viendo salir al joven del aposento como un huracán. Déjalo respondió ella haciendo una mueca de desdén.

Déjalo todo; monta esta hoja en esta empuñadura, y esta contera en una vaina blanca, rica... anda, hijo, anda; dentro de una hora ha de estar corriente: entretanto, señor, mis nietas coserán los herretes, la toca y las perlas y las chapas del talabarte... Y entretanto yo... me daréis de almorzar... me lavaré después... ; , señor; entrad... y ya veréis... ya veréis.

Y si no, seamos francas... ¿Crees que es tan fácil que en Madrid te salte un buen novio? Déjalo..., que no me salte. Si yo no estoy impaciente por tener novio. Pues ¿qué quieres tener? ¿Qué diablos han de tener las muchachas? Nada, mujer, nada... No, señorita; es menester que salte un buen novio y casarse.

No replicó Firmo, es menester que yo le vea. Y después de vacilar un poco añadió: Es que quiero que me enseñe los pedazos de un garrote... Toma, ¿y por eso tienes tanta prisa? exclamó Martinán riendo. De noche se ve mal. Déjalo para cuando haga día claro... Además, ¿para qué diablos quieres ver un palo roto?

Al cabo Venturita dijo, dándose con la palma de la mano en la cabeza: ¡Discurre, hombre, discurre! Ya lo hago, pero no sale... ¡No sirves para nada!... Vamos, vete, y déjalo a mi cargo. Yo hablaré a mamá... Pero es necesario que escribas una carta a Cecilia... ¡Oh, por Dios, Ventura! exclamó angustiado. Entonces, ¿qué quieres, di? preguntó la niña encolerizada. ¿Crees que voy a servir de juguete?

¿Qué hace Mario allí parado? preguntó Carlota volviendo la vista atrás. Rivera se volvió también y, al observar la actitud contemplativa del artista y la extraña expresión mística de sus ojos, comprendió lo que pasaba en su alma. Déjalo manifestó gravemente. Tu marido quizá sepa en este momento dónde se halla el origen del pensamiento.

¡Jesús, qué barbaridad!... ¡Esto debe de ser un cilicio! Puede ser..., pero déjalo, déjalo por Dios. El joven lo arrojó otra vez con violencia dentro del cajón, haciendo un gesto de desprecio y repugnancia. María se ha vuelto loca... ¡Esto es una atrocidad que a nada conduce! ¡No digas eso, que es pecado!... María es muy virtuosa...

Si para mañana no tenemos el dinero suficiente, yo me encargo de amansar al prestamista: y en último caso, hija, le ofrecemos la finquita, aunque vale más del doble; que la venda y se cobre o que se quede con ella y se la coma entera; en cuanto a Quilito, déjalo por mi cuenta: en adelante, a sus estudios, y a llevar vida de pobre... No seas tonta, no creas en eso de tiros y puñaladas: todos los muchachos dicen lo mismo, cuando algo les contraría. ¡Cuántas veces me he suicidado yo, así, de boca!

De repente, D. José se levantó de su asiento y salió de estampía, entre la risa y chacota de toda la partida. Maxi quiso salir detrás; pero Refugio le tiró de los faldones y le hizo sentar a su lado: «Déjalo , ¿qué te importa?». Y apareció el tumulto, por la entrada de otros Pepes; y el amo del café, que también era algo José, repartió puros y ron con marrasquino.

Como tién dinero, no quiero que crean... ¿entiende Vd.? Pero ya se lo malician; porque yo, ni a los novillos voy, aunque me sobren los cuartos, con tal de estarme en la trastienda hablando con ella. Bueno, hombre, bueno; anda, guarda eso o déjalo aquí, y a última hora que te diga el señor Ramón lo que debes hacer, y acábalo limpito.