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Cerré el ventanillo, me alejé taconeando y volví de puntillas.

Cuando Miguel entró estaba vivamente satisfecho porque los pantalones que estrenaba le habían salido muy bien. Dio tres o cuatro vueltecitas taconeando por el gabinete, y parándose delante del espejo, dijo: ¿Qué tal, Miguel, te gustan estos pantalones? Miguel no entendía casi nada, pero contestó afirmativamente.

Era una cañí, una hija legítima del marqués de San Dionisio. ¡Que no le quitasen a ella sus juerguecitas hasta el amanecer, tocando palmas y taconeando sentada, con las faldas en las rodillas! ¡Que no la privasen del vino de la tierra, que era su sangre y su felicidad! Si rabiaba la familia, que rabiase. Ella quería ser gitana como su padre.

Taconeando como un húsar apareció la enviada en el dintel. Su larga falda, toda llena de barro, no estaba tan mustia como su cara. Todas la rodearon. ¿Qué hay? murmuraron los labios. ¡Qué no viene, que se vuelve desde Lucban! dijo con voz desfallecida la interrogada.

Luego se alejaban las cubanas, con carcajadillas discretas, con medias palabras, taconeando firme y moviendo un ruge-ruge de telas frescas y de ropa fina. Un cuarto de hora lo menos quedaba Pilar murmurando de las petimetras y de alguien más también. ¡Cada día más exageradas y más estrepitosas!

Al pasar por el primer piso vió en un cuarto muy lujoso, y extendido sobre un sofá, un uniforme de oficial carlista, con su boina y su espada. Tenía tal convencimiento Martín de que sólo a fuerza de audacia se salvaría, que se desnudó con rapidez, se puso el uniforme y la boina, luego se ciñó la espada, se echó el capote por encima y comenzó a bajar las escaleras, taconeando.