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Todas sus partes se dirigen á ensalzar el poder maravilloso del Rosario. Un libertino, llamado Dionisio, viola y deshonra á la joven Marcela. La víctima pide al cielo el castigo del culpable, y Jesucristo le declara que sus súplicas serán oídas. Dionisio, más pecador cada día, comete toda clase de delitos; pero á pesar de ello, conserva siempre piadosa devoción por el Rosario.

Don Dionisio Oliveros leyó un largo epitalamio en tercetos, que pudo escribir, según confesó, robando a duras penas algunos momentos a sus abrumadoras tareas poéticas, entre el tercero y el cuarto acto de un drama.

En el bulevar de la Poisonnière ó de San Dionisio, he visto hoy una especie de programa en que uno se presenta como candidato á la diputacion, alegando por título que vestirá á las mujeres mejor y más barato que ninguna casa de Paris. ¿Qué mayores ventajas podeis hallar en un diputado, dice á los electores, que la de contentar á vuestras mujeres?

Sus hijas, que eran casi unas mujeres y llamaban la atención por su belleza picaresca y su desenfado, abandonaron el caserón paterno que tenía mil dueños, ya que se lo disputaban todos los acreedores del de San Dionisio, y fueron a vivir con su santa tía doña Elvira.

Los espantosos refinamientos de la crueldad cristiana provinieron de esa escuela o ambiente espiritual de iniquidades y horrores sobrenaturales, pendientes sobre la existencia del creyente como la espada de Dionisio sobre la cabeza de Damocles.

Un señorito del Caballista, hijo de un cosechero, gran amigo de la casa Dupont, se enamoró de Lola, pidiéndola en matrimonio apresuradamente, como si temiera que se le escapase. Doña Elvira y su hijo aceptaron la demanda: en el Círculo causó asombro el valor de aquel muchacho casándose con una de las hijas del marqués de San Dionisio. Este matrimonio fue para las dos hermanas una liberación.

Diez y siete cuartillas. ¿Cómo? Diez y siete cuartillas. He terminado el capítulo onceno. ¡Ah! Es un trabajo espantoso. En veinte días llevo escritas cerca de trescientas cuartillas. Trabaja usted demasiado, D. Dionisio dijo con gesto de aburrimiento Mario. No hay más remedio murmuró modestamente el caballero. Para conseguir una plaza en la república de las letras, es necesario trabajar mucho.

Y, sin embargo, después de escuchar tan grandes pensamientos, todavía D. Dionisio se obstinaba en escribir sonetos en la oficina. Todos en la casa experimentaban los efectos benéficos de las corrientes científicas que soplaban en el privilegiado cerebro del jefe de la familia. Pero la que los sentía más a menudo era Carlota por su buena pasta.

Ateniéndonos á esos relatos de hombres dignos de crédito, me parece que no ha debido rechazarse con irrisión el de Dionisio de Monforte, que atestigua haber visto un enorme pulpo azotar con sus látigos eléctricos, estrujar, asfixiar á un dogo á pesar de los mordíscos con que éste se defendía, de sus esfuerzos, de sus aullidos de dolor.

Con los hijos de Dupont llegaba Luisito, huérfano de un hermano de don Pablo, cuya cuantiosa fortuna cuidaba éste; y las hijas del marqués de San Dionisio, dos niñas revoltosas de ojos cándidos y boca insolente, que se peleaban con los muchachos y los hacían correr a pedradas, revelando en sus audacias el carácter de su famoso padre.