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Dimmesdale, por lo tanto, no oyendo nada que indicase una alarma general, separó las manos del rostro y miró en torno suyo. En una de las ventanas de la casa del Gobernador, que estaba á cierta distancia, vió la figura del anciano magistrado envuelta en una blanca bata de dormir, con una lámpara en la mano y un gorro de noche en la cabeza. Parecía una fantasma evocada en mal hora.

Se oyó un murmullo entre los encopetados y reverendos ocupantes del balconcillo; y el Gobernador Bellingham expresó el deseo general, al hablar con acento de autoridad, aunque con respeto, al joven clérigo á quien se dirigía. Mi buen Señor Dimmesdale, dijo, la responsabilidad de la salvación del alma de esta mujer pesa en gran parte sobre vos.

El pueblo te reverencia, dijo Ester, y ciertamente producen mucho bien entre el pueblo tus palabras. ¿No te proporciona esto consuelo? Más padecimientos, Ester, solo más padecimientos! contestó Dimmesdale con una amarga sonrisa.

Nada hubo que llamara tanto la atención como el cambio que se operó casi inmediatamente después de la muerte del Sr. Dimmesdale, en el aspecto y modo de ser del anciano conocido bajo el nombre de Rogerio Chillingworth.

Dimmesdale con voz dulce y trémula, aunque vigorosa, que resonó en todos los ámbitos del vestíbulo; hay verdad en lo que Ester dice, y en los sentimientos que la inspiran. Dios le ha dado la niña, y al mismo tiempo un conocimiento instintivo de la naturaleza y las necesidades de ese tierno sér, que parecen muy peculiares, conocimiento que ningún otro mortal puede poseer.

Despójate de tu nombre de Arturo Dimmesdale, y créate uno nuevo, un nombre excelso, tal como puedes llevarlo sin temor ni vergüenza. ¿Por qué has de soportar un solo día más los tormentos que de tal modo han devorado tu existencia, que te han hecho débil para la voluntad y para la acción, y que hasta te privarán de las fuerzas para arrepentirte? Ánimo; arriba, y adelante.

Dimmesdale; á menos que, como se lo habían aconsejado repetidas veces los que tenían autoridad para ello, se decidiera á escoger por esposa á una de las muchas señoritas que espiritualmente le eran adictas.

De esta manera el misterioso Rogerio Chillingworth se convirtió en el consejero médico del Reverendo Sr. Dimmesdale. Como no solamente la enfermedad despertaba el interés del médico, sino también el carácter y cualidades de su paciente, estos dos hombres, tan diferentes en edad, gradualmente llegaron á pasar mucho tiempo juntos.

¡Mujer! no abuses de la clemencia del cielo, exclamó el Reverendo Sr. Wilson con acento más áspero que antes. Esa tierna niña con su débil vocecita ha apoyado y confirmado el consejo que has oído de los labios del Reverendo Dimmesdale. ¡Pronuncia el nombre! Eso, y tu arrepentimiento, pueden servir para que te libren de la letra escarlata que llevas en el vestido.

Tal vez hubo en sus palabras una cierta obscuridad que impidió á la buena viuda comprender exactamente la idea que Dimmesdale quiso expresar, ó quizás ella las interpretó allá á su manera.