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Su única justificación era la imposibilidad en que había estado de hallar otro medio de librarle de una ruina aun más terrible de la que á ella le había caído en suerte. Lo único posible fué acceder al plan del disfraz de Rogerio Chillingworth. Movida de esta idea, se decidió, entonces, como ahora lo comprendía, por el partido peor que pudiera haber adoptado.

Durante todo este tiempo el anciano Rogerio había estado contemplando al ministro con la mirada grave y fija de un médico para con su paciente; pero á pesar de estas apariencias, el ministro estaba casi convencido de que Chillingworth sabia, ó por lo menos sospechaba, su entrevista con Ester.

Detrás del Gobernador y del Sr. Wilson venían otros dos huéspedes: uno el Reverendo Arturo Dimmesdale, á quien el lector recordará tal vez por haber desempeñado, no voluntariamente, un corto papel en la escena del castigo público de Ester; y á su lado, como si fuera su compañero íntimo, el viejo Rogerio Chillingworth, persona de gran habilidad en la medicina, y que hacía dos ó tres años había fijado su residencia en la colonia.

Y ahora, Ester, dijo el anciano Rogerio Chillingworth, como había de llamarse en lo sucesivo, te dejo sola: sola con tu hija y con la letra escarlata. ¿Qué es eso, Ester? ¿Te obliga la sentencia á dormir con la letra? ¿No tienes temor de que te asalten pesadillas y sueños horribles?

Pero sea que ella temiese la intervención secreta ó pública de Rogerio Chillingworth, ó que su conciencia le hiciera temer que se concibiese una sospecha, que ningún otro habría imaginado, ó que tanto el ministro como ella necesitaban de más amplitud de espacio para poder respirar con toda libertad mientras hablasen juntos, ó quizás todas estas razones combinadas, lo cierto es que Ester nunca pensó en hablarle en otro lugar sino á la faz del cielo, y de ningún modo entre cuatro paredes.

Pero queremos ser clementes con todos esos seres impalpables que por tanto tiempo han sido nuestros conocidos, lo mismo con Rogerio Chillingworth que con sus compañeros. Es asunto digno de investigarse saber hasta qué punto el odio y el amor vienen á ser en realidad la misma cosa.

Otros aseguraban que el estigma no se había producido sino mucho tiempo después, cuando el viejo Rogerio Chillingworth, que era un poderoso nigromántico, la hizo aparecer con sus artes mágicas y venenosas drogas.

Como el lector recordará, el nombre de Rogerio Chillingworth ocultaba otro nombre, cuyo antiguo poseedor había resuelto que no se mencionara jamás.

Dimmesdale en aquel momento. Todo el tiempo que estuvo mirando al zenit, tenía la plena conciencia de que Perla estaba apuntando con el dedo en dirección del viejo Rogerio Chillingworth, que se hallaba en pie no muy distante del tablado. El ministro parecía verle con la misma mirada con que discernía la letra milagrosa.

¿Cómo podéis hacerme semejante pregunta? replicó el ministro. Sería ciertamente un juego de niños llamar á un médico y ocultar la llaga. Me dais, pues, á entender que lo todo, dijo Rogerio Chillingworth con acento deliberado y fijando en el ministro una mirada perspicaz, llena de intensa y concentrada inteligencia.