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Lo grave y lóbrego de la situación en que había colocado á Ester y á Dimmesdale le abrumaban de tal modo, que decía de mismo que, durante el invierno citado, su espíritu había sido "un tegido de dolores." Hawthorne, á semejanza de Balzac, se aislaba mientras estaba escribiendo una novela; y puede decirse, sin exageración, que entonces apenas veía á nadie.

Dimmesdale acaso se habría dado más perfecta cuenta del carácter de este individuo, si cierto sentimiento mórbido, á que están expuestas las almas enfermas, no le hubiera hecho concebir sospechas de todo el género humano. No confiando en la amistad de hombre alguno, no pudo reconocer á un enemigo cuando éste realmente se presentó.

Dimmesdale. Además, á su debido tiempo es preciso ocuparse en que vaya á la escuela y á la iglesia.

Poco tiempo después de la escena arriba referida, aconteció que el Reverendo Sr. Dimmesdale, al mediodía, y enteramente de improviso, cayó en profundísimo sueño mientras, sentado en su sillón, estaba leyendo un volumen en folio que yacía abierto sobre la mesa.

Durante el breve espacio de tiempo que duró, fué verdaderamente una horrible transformación. Pero el carácter de Dimmesdale en tal manera se había debilitado por el sufrimiento, que aun esos arranques de energía de un grado inferior no podían durar sino un rápido momento. Se arrojó al suelo y sepultó el rostro entre las manos. ¡Debía haberlo conocido! murmuró.

Dimmesdale, con la conciencia de que el veneno de algún punto mórbido en su espíritu le estaba inficionando todo el corazón, atribuía á esto todos sus presentimientos. Se empeñó, pues, en curarse de sus antipatías hacia el viejo médico, y sin parar mientes en lo que debía haber deducido de ellas, hizo cuanto pudo para extirparlas.

Retiró su mano de la del Sr. Dimmesdale, y señaló al otro lado de la calle. Pero él cruzó las manos sobre el pecho y levantó las miradas hacia el cielo.

Ellis, que puesto que se hace predicar á Dimmesdale el sermón de la elección el año en que falleció el Gobernador Winthrop, es claro que Dimmesdale personifica también al Reverendo Tomás Cobbett, vecino de Lynn, que fué realmente quien predicó dicho sermón en el referido año; y agregó que deseaba defender su memoria de cualquier sospecha que pudiesen abrigar los que, como él, hubieran creído que Dimmesdale era simplemente una máscara bajo la cual se ocultaba Cobbett, el verdadero predicador de aquella época.

Y así, mientras se hallaba en el tablado, ocupado en la tarea de esta vana muestra de expiación, se vió Dimmesdale sobrecogido de un gran horror, como si el universo entero estuviera contemplando una marca escarlata en su seno desnudo, precisamente encima de la región del corazón.

Al fin lo consiguió. ¡Arturo Dimmesdale! dijo al principio con voz apenas perceptible, pero que fué creciendo en fuerza, aunque un tanto ronca, ¡Arturo Dimmesdale! ¿Quién me llama? respondió el ministro. Irguiéndose rápidamente, permaneció en esa posición, como un hombre sorprendido en una actitud en que no quisiera haber sido visto.