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No dudaba que la continua presencia de Rogerio Chillingworth, infectando con la ponzoña de su malignidad el aire que le rodeaba, y su intervención autorizada, como médico, en las dolencias físicas y espirituales del ministro, no dudaba, no, que todas esas oportunidades las había aprovechado para fines aviesos.

Más le valiera haber muerto de una vez, dijo Ester. , mujer, tienes razón, exclamó el viejo Rogerio haciendo brillar en los ojos todo el fuego infernal de su corazón; más le valiera haber muerto de una vez. Jamás mortal alguno padeció lo que este hombre ha padecido.... Y todo, todo, á la vista de su peor enemigo.

¡Á tal estado de infortunio y miseria había ella traído al hombre que en otro tiempo, y, ¿por qué no decirlo? que aun amaba apasionadamente! Ester comprendió que el sacrificio del buen nombre del eclesiástico y hasta la muerte misma, como se lo había dicho á Rogerio Chillingworth, habrían sido infinitamente preferibles á la alternativa que ella se había visto obligada á escoger.

Un gran número de individuos, y muchos de ellos dotados de sensatez, y observadores prácticos, cuyas opiniones en otras materias hubieran sido muy valiosas, afirmaban que el aspecto externo de Rogerio Chillingworth había experimentado un notable cambio desde que se había fijado en la población, y especialmente desde que vivía bajo el mismo techo que Dimmesdale.

¡Una saltimbanqui! exclamó la madre de Pablo, ¡yo prefería la mendiga! Y mientras Rogerio me contaba esta historia del Petit Journal, yo veía venir desde el fondo de una galería a la amazona del circo, envuelta en un maravilloso conjunto de raso y encajes, y admiraba sus hombros, su deslumbradora garganta sobre la cual se mecía un collar de brillantes, grandes como tapones de botella.

Si alguien hubiera podido ver en aquel momento de éxtasis al viejo Rogerio Chillingworth, no tendría que preguntarse cómo se comporta Satanás cuando logra que se pierda un alma preciosa para el cielo y la gana para el infierno. Pero lo que distinguía el éxtasis del médico del que experimentaría Satanás, era la expresión de asombro que lo acompañaba.

Y en esto, la madre pecadora es más feliz que el padre pecador. De consiguiente, en beneficio de Ester Prynne, no menos que en el de la pobre niña, dejémoslas como la Providencia ha considerado conveniente situarlas. Habláis, amigo mío, con extraña vehemencia, le dijo el viejo Rogerio con una sonrisa. Y tiene gran peso lo que mi joven hermano ha dicho, agregó el Reverendo Sr.

El pueblo, en el caso de que tratamos, no podía justificar su prevención contra Rogerio Chillingworth con razones ningunas dignas de refutarse.

Ester, como impelida por inevitable destino, y contra toda su voluntad, se acercó también á Dimmesdale, pero se detuvo antes de llegar. En este momento el viejo Rogerio Chillingworth se abrió paso al través de la multitud, ó, tan sombría, maligna é inquieta era su mirada, que acaso surgió de una región infernal para impedir que su víctima realizara su propósito.

Pero en aquel mismo instante vió ésta al viejo Rogerio de pie en el ángulo más remoto de la plaza del mercado, sonriéndole; sonrisa que, al través de aquel vasto espacio de terreno, y en medio de tanta charla, alegría, bullicio y animación, y de tanta diversidad de intereses y de sentimientos, encerraba una significación secreta y terrible.