Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 2 de junio de 2025
Muy apreciada debía de estar aquí la buena pintura cuando el papa Martín V mandó a don Juan II como gran obsequio un pequeño tríptico de Rogerio Van der Weyden.
Lo habían alojado en la cárcel, no porque se le sospechase de algún delito, sino por ser la manera más conveniente y cómoda de disponer de él hasta que los magistrados hubieran conferenciado con los jefes indios acerca del rescate. Se dijo que su nombre era Rogerio Chillingworth.
Una jornada tan breve te llevará de un mundo, donde has sido tan intensamente desgraciado, á otro en que aun pudieras ser feliz. ¿No hay acaso en toda esta selva sin límites un lugar donde tu corazón pueda estar oculto á las miradas de Rogerio Chillingworth? Sí, Ester; pero solo debajo de las hojas caídas replicó el ministro con una triste sonrisa.
De este modo Rogerio Chillingworth, viejo, deforme, y con un rostro que se quedaba grabado en la memoria de los hombres más tiempo de lo que hubieran querido, se despidió de Ester y continuó su camino en la tierra. Iba recogiendo aquí una hierba, arrancaba más allá una raíz, y lo ponía todo en el cesto que llevaba al brazo.
Para conseguirlo, pensó en aquellos días, ya muy lejanos, en que Rogerio acostumbraba dejar su cuarto de estudio á la caída de la tarde, y venía á sentarse junto á la lumbre del hogar, á los rayos de luz de su sonrisa nupcial.
Pero queremos ser clementes con todos esos seres impalpables que por tanto tiempo han sido nuestros conocidos, lo mismo con Rogerio Chillingworth que con sus compañeros. Es asunto digno de investigarse saber hasta qué punto el odio y el amor vienen á ser en realidad la misma cosa.
Detrás del Gobernador y del Sr. Wilson venían otros dos huéspedes: uno el Reverendo Arturo Dimmesdale, á quien el lector recordará tal vez por haber desempeñado, no voluntariamente, un corto papel en la escena del castigo público de Ester; y á su lado, como si fuera su compañero íntimo, el viejo Rogerio Chillingworth, persona de gran habilidad en la medicina, y que hacía dos ó tres años había fijado su residencia en la colonia.
Arnaldo de Villanueva, Raimundo Lulio, Rogerio Bacon, Pedro de Ailly, degradan su elevada inteligencia por penetrar los misterios de las ciencias ocultas; las universidades, obsequiosas con la ambicion de los príncipes, empiezan á combatir con los recuerdos de Roma antigua la supremacía de la Santa Sede, tomando parte en la deposicion de los pontífices, exagerando las regalías, dejando perder la escolástica y abandonando el cetro de la ciencia, que hasta entonces con tanta dignidad habian llevado, por mezclarse en las contiendas de los reyes con la Iglesia.
Palabra del Dia
Otros Mirando