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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Para llevar á cabo este proyecto, fijó su residencia en la ciudad puritana, bajo el nombre supuesto de Rogerio Chillingworth, sin otra recomendación que sus conocimientos científicos y su inteligencia, de que poseía una suma no común. Como los estudios que hizo en otros tiempos le habían familiarizado con la ciencia médica del día, se presentó como físico, y como tal fué cordialmente recibido.
Determinó, por lo tanto, remediar su error hasta donde le fuera posible. Fortalecida por años de rudas pruebas, ya no se sentía tan incapacitada para luchar con Rogerio como la noche aquella en que, abatida por el pecado, y medio loca por la ignominia á que acababa de ser expuesta, tuvo con él la entrevista en el cuarto de la prisión.
¡Hola! ¿Es la Sra. Ester la que desea hablar una palabra con el viejo Rogerio Chillingworth? respondió el médico, irguiéndose lentamente. Con todo mi corazón, continuó; vamos, señora, oigo solamente buenas noticias vuestras en todas partes. Sin ir más lejos, ayer por la tarde, un magistrado, hombre sabio y temeroso de Dios, estaba discurriendo conmigo acerca de vuestros asuntos, Sra.
Dimmesdale en aquel momento. Todo el tiempo que estuvo mirando al zenit, tenía la plena conciencia de que Perla estaba apuntando con el dedo en dirección del viejo Rogerio Chillingworth, que se hallaba en pie no muy distante del tablado. El ministro parecía verle con la misma mirada con que discernía la letra milagrosa.
Pero ¿cómo podrá hacerlo sin que primero le dejéis ver la herida ó pesadumbre de vuestra alma? ¡No! ¡no á tí! no á un médico terrenal! exclamó el Sr. Dimmesdale con la mayor agitación y fijando sus ojos grandemente abiertos, brillantes, y con una especie de fiereza, en el viejo Rogerio Chillingworth. ¡No á tí!
Y ahora, Ester, dijo el anciano Rogerio Chillingworth, como había de llamarse en lo sucesivo, te dejo sola: sola con tu hija y con la letra escarlata. ¿Qué es eso, Ester? ¿Te obliga la sentencia á dormir con la letra? ¿No tienes temor de que te asalten pesadillas y sueños horribles?
El viejo Rogerio Chillingworth le seguía, como persona íntimamente relacionada con el drama de culpa y de dolor en que todos ellos habían sido actores, y por lo tanto con derecho bastante á hallarse presente en la escena final.
El viejo Rogerio se arrodilló á su lado con aspecto sombrío, desconcertado, con un rostro en el cual parecía haberse extinguido la vida. ¡Has logrado escaparte de mí! repetía con frecuencia. ¡Has logrado escaparte de mí! ¡Que Dios te perdone! dijo el ministro. ¡Tú también has pecado gravemente! Apartó sus miradas moribundas del anciano, y las fijó en la mujer y la niña.
Las emociones de aquellos breves instantes, en que estuvo contemplando la figura contrahecha del viejo Rogerio, arrojaron una luz en el espíritu de Ester, revelando muchas cosas de que, de otro modo, ella misma no se habría dado cuenta. Una vez que el médico hubo desaparecido, llamó á su hijita. ¡Perla! ¡Perlita! ¿dónde estás?
Esta respuesta fantástica le fué probablemente sugerida por la proximidad de los rosales del Gobernador, que tenía á la vista, y por el recuerdo del rosal silvestre de la cárcel, junto al cual había pasado al venir á la morada de Bellingham. El viejo Rogerio Chillingworth, con una sonrisa en los labios, murmuró unas cuantas palabras al oído del joven eclesiástico.
Palabra del Dia
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