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Las damas volvieron también sus rostros hacia él con curiosidad y respeto, y Pepa Frías se levantó para saludarle. Hasta el padre Ortega abandonó a su marquesa y se adelantó inclinado, sumiso, dirigiéndole un saludo almibarado, sonriéndole con sus ojos claros al través de los fuertes cristales de miope que gastaba.

Acercose lentamente, con las manos metidas dentro de la faja y silbando por lo bajo una malagueña. ¡Hola, Juan! dijo la muchacha, inmutándose y sonriéndole con cariño. A la paz de Dios, señores respondió el Juan gravemente, mirándome con fijeza.

Pero ésta lo rechazó, sonriéndole de nuevo, y pidió que la acompañaran a su habitación. La llevó Zoraida. Esta volvió al poco rato y reprendió a Carmen. Como lo dijiste así, delante de todos, ella creyó que era una burla. No replicó Carmen fue por la impresión que le hace siempre acordarse de José Luis. Ella dijo que no, se desesperó de pensar que podía alguien interpretarlo así.

No hay trabajo que le arredre, ni contrariedad que apague su fe: la fortuna está sonriéndole detrás de sus desdichas, y la ve tan clara y tan palpable entonces, como la vió de niño, cuando, soñando sus ricos dones, se columpiaba en las altas ramas del nogal que asombraba su paterna choza.

Tomole de la mano, y yo, por no hacer un papel desairado, le tomé por la otra, y comenzamos a caminar lentamente llevándole en medio. Confieso que maldita la gracia que me hacía aquel chiquillo sucio y haraposo, feo hasta lo indecible; pero quien me viese en aquel instante llevándole suavemente, sonriéndole con dulzura, dirigiéndole frases melosas, pensaría a buen seguro que le adoraba.

Se avergonzó de sentir necesidad de apoyarse en la mediación de Charito. He cumplido, ¿verdad? dijo ella sonriéndole; luego, sin otra palabra y con una graciosa solicitud corrió hacia el grupo en que se hallaba Adriana. Muñoz, cada vez más íntimamente herido en su orgullo, salió del salón; en la salita contigua sólo había una pareja de novios, tan ajenos a todo que ni le oyeron entrar.

Un día le abordó, sonriéndole con expresión protectora: Vas a tener, Gabrielillo, antes de lo que piensas, el premio de tu buena conducta. ¿No te dije que buscaría algo para ti, a cambio de que me ayudases a enseñar el Tesoro? Pues ya lo tienes.

Entonces se acordaba de su joven esposa, de su hijo Gregorio, muerto en la flor de la edad, creía verlos nadar en el éter sonriéndole, y algunas lágrimas resbalaban suavemente por sus mejillas.

Por algunas palabras que logró percibir desde el pasillo comprendió que había reyerta entre los dos primos y adivinó también la causa. Adolfo trataba de curiosear en el equipaje del huésped y Maximina se oponía a ello. Cuando nuestro joven entró, ambos quedaron sorprendidos: Maximina en medio de la sala con la escoba en la mano sonriéndole; Adolfo arrimado a una cómoda mirándole torvamente.

La energía de su hermano le había desconcertado por completo: Pepe era más hombre de lo que él imaginó. A la mañana siguiente doña Manuela, antes de ir a la compra, según costumbre, fue a dar un beso a Pepe, mientras éste acababa de vestirse para marchar a su trabajo. Voy a la compra; adiós, hijo. Y a misa, ¿verdad, mamá? Ella, sonriéndole cariñosamente, se limitó a decir: ¿Qué mal hay en ello?