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La noche se llenaba toda con él. ¡Oh, Inés de mi corazón! ¡Cuán desgraciada soy! ¡Tener esta enfermedad en el espíritu y no poderla desechar, tener esta fragua de pensamientos en el cerebro y no poder echarle agua para que se apague...!

También él miraba a Lucía, con tal pena y lástima, que no lo pudo ella sufrir más, y corrió a la puerta. En el umbral, Artegui sondeó con la mirada las profundidades del jardín. ¿La acompaño a usted? dijo. No pase usted de ahí... apague la luz, cierre al punto la puerta.

Apagué la linterna de mis cavilaciones y, ¡oh sorpresa!, con el último rayo de su luz vi pasar rápidamente por los términos ofuscados de la imaginación, una nueva e inesperada imagen que parecía llevar en la virtud de resolver todas las dificultades del conflicto. Pero... Y acabé por hacerme cruces y echarme a reír. Riéndome estaba aún cuando entró Neluco.

Por si acaso, Nucha no se atrevió a intentar la prueba, y dedicóse a cuidar en persona su tesoro, llevando la existencia atareada y minuciosa de las madres, en la cual es un acontecimiento que estén ahumadas las sopas, y un fracaso que se apague el brasero. Ella lavaba a su hijita, la vestía, la fajaba, la velaba dormida y la entretenía despierta. La vida corría monótona, ocupadísima, sin embargo.

Las buenas señoras quisieron tratarme a cuerpo de rey, y sin embargo, ¡qué cena tan modesta y tan triste! Cerré la puerta, dejó en la mesa la brillante palmatoria, y de un soplo apagué la bujía. De codos en el alféizar me puse a contemplar el cielo.

No hay trabajo que le arredre, ni contrariedad que apague su fe: la fortuna está sonriéndole detrás de sus desdichas, y la ve tan clara y tan palpable entonces, como la vió de niño, cuando, soñando sus ricos dones, se columpiaba en las altas ramas del nogal que asombraba su paterna choza.

Apagué la bujía, y de codos en la ventana me puse a contemplar el cielo. Era yo feliz, muy feliz. Mis labios quisieron pronunciar el nombre de Angelina, y sólo dijeron: ¡Matilde! La dulce niña de mi primer amor ocupaba todavía un lugar en mi corazón. Aquel recuerdo me llenó de tristeza.

Allá enfrente se divisa de la Fuerza de Santiago el histórico recinto, de almenaje señorial, que con fúnebres tapices enlútose el día aciago que vió arder entre sus muros la capilla de Rizal. ¡Ah! ¡Que apague la Discordia de su tea fratricida los impúdicos fulgores, el maldito resplandor! ¡Que la Muerte no separe lo que júntase en la Vida! ¡Que los hombres no desunan lo que uniera el Creador!

Entregaos vosotros antes contestó Tristán. En este momento, alguien metió el cañón de la pistola por un ventanillo que tenía la puerta, y disparó un tiro adentro. Yo apagué el farol y quedamos a abscuras. Si os entregáis ahora, no os haremos nada volvió a decir el portugués. Estáis borrachos replicó el piloto ; mañana hablaremos. ¡Ea, muchachos! gritó el portugués . Echad la puerta abajo.

Y bien, repuse: si nada te ha dicho esa mujer, ¿cómo sabes que yo la he dado dinero? Anoche, cuando usted se alejó con ella, apagué mi farol y me fui detrás: esperé a que saliesen ustedes del café, los seguí y vi que entraban en esta casa. Esta mañana cuando la señora Adela me enseñó dos papeles encarnados, cuando leí... ¿Sabes leer?