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Fué conocida y popular en Madrid con el nombre de Amparo la malagueña. En los paseos, en los teatros, adonde acudía con asiduidad, constituyó durante tres o cuatro años un precioso elemento decorativo. Porque a más de su hermosura singular, había llegado a adquirir en poco tiempo, si no distinción, elegancia.

¡Vivan las Cortes! gruñó Lombrijón batiendo palmas con el ritmo de la malagueña . Lo que igo es que un ruedo de muchachas bailando, con un par de guitarras y otros tantos mozos güenos y un tonel de lo de Trebujena que güelta a la reonda, me gustan más que las Cortes, donde no hay otra música que la del cencerro que toca el presiente y el romrom de los escursos.

Las damas pudientes, ya provectas, vestían trajes negros u oscuros de tafetán, de sarga malagueña o de alepín o de cúbica; y las señoritas, sus hijas, iban con trajes de muselina o de otras telas aéreas y vaporosas, pero ninguna sin mantilla, ora de tul bordado, ora de blonda catalana o manchega.

Y no menos llama la atención por sus dejos y picarescos aires la...malagüeña de menor cuantía, tipo que media entre la manola y la griseta, vestida con telas de colores vivos, con la cabeza descubierta, vivaracha y provocadora, guiñando el ojo con peligrosa habilidad, morena y rosada, rolliza y tentadora como uno de esos racimos maduros de rosadas uvas que produce el pais.

La pasión brutal del banquero por la Amparo había crecido mucho en los últimos tiempos. Todavía fuera conservaba su razón; pero en cuanto ponía el pie en la casa de la hermosa malagueña, la perdía por completo, se transformaba en una bestia que aquélla hacía bailar a latigazos. Ni se crea que esto es enteramente figurado.

Acercose lentamente, con las manos metidas dentro de la faja y silbando por lo bajo una malagueña. ¡Hola, Juan! dijo la muchacha, inmutándose y sonriéndole con cariño. A la paz de Dios, señores respondió el Juan gravemente, mirándome con fijeza.

Antes de llegar a la puerta del gabinete de su padre, la Amparo se interpuso delante de ella, pálida, mirándola fijamente, con ojos agresivos. ¿Dónde va usted? preguntó con voz ligeramente ronca por la emoción. ¿Quién es usted? respondió la dama alzando la cabeza con soberano desdén y mirándola de arriba abajo. Yo soy la señora de esta casa repuso la malagueña poniéndose aún más pálida.

No extrañe, pues, el lector que desatienda en ocasiones puntos de vista extensivos á todas las Andaluzas, ni que, por el contrario, señale algunas veces como condición propia de la Granadina lo que caracterice también á la de Almería y á la malagueña. ¡Sin esta libertad de acción fuera imposible sacar las siguientes fotografías! Una advertencia más, y entramos en materia.

Pero el duque retrocedió, y extendiendo al mismo tiempo sus manos convulsas, exclamó: ¡Fuera! ¡Fuera! ¡No te acerques! ¡Escucha, papá! ¡No te acerques, ingrata, perversa! repitió el duque con voz temblorosa y tono melodramático. Fuera de aquí, sin vergüenza. ¿Tiene usted valor para presentarse después de lo que ha hecho con su padre? chilló la malagueña animada por la actitud del viejo.

Pero el joven de la faja, que no había dejado de mirarme con extraña atención, sin interrumpir su malagueña silbada, extendió la mano solemnemente, diciendo: No, cabayero, no vaya uté... Yo iré a darle el recao... Uté puee quearse con esta chavaliya, sin perjudicá... «Bronca tenemos», pensé; y, como maldito el deseo que sentía de liarme con un chulo, me hice el tonto.