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He aquí un tiempo como se ve pocas veces, como no se ha visto desde hace veinte años. ¿Se acuerda usted, señor Domingo, de hace veinte años? ¡Ah, qué vendimias aquéllas, qué calor para recoger... y qué modo de gotear los racimos como esponjas, y cómo eran dulces como azúcar las uvas!... No había gente bastante para cortar todo lo que los sarmientos tenían...

Los racimos de bombillas eléctricas, al iluminarlos con un resplandor absurdo, hacían pensar en el sol ardiente y el mar azul que existían al otro lado de los muros de oro y jaspe. Sobre las mesas, el alumbrado era de petróleo: dos enormes pantallas abrigando cada una cuatro quinqués que pendían de unas cadenas de bronce de varios metros fijas en el techo.

Debajo de este primer rango, y como protegidos por él, se elevan á la altura de veinte á treinta varas los troncos delgados y derechos de las palmeras, cubiertas de un follage muy vario en sus formas, y de racimos de flores ó de frutos que cortejan á porfía los pájaros mas bellos.

En los abiertos pórticos formaban corro los pastores cuando consagraban a rústicos conciertos sus ocios; platicaban al caer la tarde los ancianos; y frescos grupos de mujeres disponían, sobre trenzados juncos, las flores y los racimos de que se componía únicamente el diezmo real.

Unas algas eran verdes, nutridas por el agua luminosa de la superficie; otras tenían el color rojo de las profundidades, adonde llegan mortecinos y enfriados los últimos rayos del sol. Como frutos de la pradera oceánica, flotaban apretados racimos de uvas obscuras, cápsulas coriáceas repletas de agua salobre.

Millares, millones de racimos se apilaban en las vastas bodegas de tres vapores que cargaban simultáneamente. Ha tomado tal desenvolvimiento esa industria en el Istmo, que se han fundado compañías de vapores exclusivamente destinadas al transporte de plátanos. Más tarde, en Nueva York, me expliqué ese consumo extraordinario.

Los racimos repletos, próximos á la madurez, asomaban entre las hojas sus triángulos granulados. ¡Ay, quién recogería esta riqueza!... Por la tarde notó un movimiento extraordinario en el pueblo. Georgette, la hija del conserje, trajo la noticia de que empezaban á pasar por la calle principal automóviles enormes, muchos automóviles, y soldados franceses, muchos soldados.

Los lugares bajos se ven siempre revestidos de sensitivas de flor rosada, miéntras que en los parages algo mas secos abunda una planta, cuyos tallos tienen la forma de un abanico, y están coronados de penachos blanquizcos, que ondeando uniformemente al capricho del viento contrastan con las mimosas en flor, con el lambaiva de azucarados racimos, ó con las enredaderas que cuelgan por todas partes de los gajos entrelazados con las palmeras.

Respondímosle que éramos hispano-colombianos, y como su provision de lengua castellana no era muy abundante, nos preguntó si hablábamos inglés. Al ver que podia entenderse con nosotros en su lengua y que éramos hijos del Nuevo Mundo, se manifestó muy amable, nos regaló hermosos racimos de uvas, y, como si fuésemos amigos viejos, nos trató con la mayor cordialidad.

Parecía que Magdalena estaba a su lado; el aire que pasaba sobre su rostro era el soplo de la joven; racimos de ébano que acariciaban su frente eran sus cabellos flotantes; la ilusión era extraordinaria, inaudita, viva; parecíale sentir hundirse el banco en el cual estaba sentado, como si un dulce peso hubiese venido a aumentar el suyo; su boca estaba jadeante, su pecho se levantaba y hundía; la ilusión era completa.