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¡Qué agilidad aquella con la que el patrón, apoyándose sobre la mano izquierda, saltaba el mostrador! Qué gracia con la que desplegaba ante los ojos de los clientes, de un golpe, y como un prestidigitador, la pieza de percal, de muselina o de barège envuelta alrededor de la tablilla que quedaba desnuda de su preciosa mercancía, abandonada indiferentemente sobre el mostrador.

Mi hermana no ha bajado aún. ¡Ah! ya viene. Bettina hizo su entrada con el mismo vestido de muselina blanca y el mismo grupo de encajes, la misma belleza y la misma acogida amable, risueña, franca. Servidora de usted, señor cura. ¿Me habéis perdonado mi horrible indiscreción del otro día?

Un vapor trasparente y azulado llenaba todo el espacio y descomponía y borraba los contornos de los objetos dejando en ellos únicamente el color, y á veces sólo la mancha. Allá en los rincones del valle todavía se observaban algunos jirones de niebla, algunos pedazos blancos de muselina que no consiguieron levantarse y que se movían temblorosos entre el amarillo follaje de los árboles.

Pero ¡ay! no pude contemplarla. Seguí adelante, y seguí dulcemente impresionado. Me parecía que oía yo detrás de el ruido de la ondulante falda de muselina. No tuve valor para volver el rostro. ¿Por qué en aquel momento pensé en Matilde, la dulce niña de mi primer amor? ¡Ay! ¿por qué creí ver delante de un rostro apenado, lloroso y dolorido, el rostro de Angelina?

Me rasgaría las carnes: me abriría con las uñas las mejillas. Cara imbécil, ¿por qué no soy como ella? Hoy estaba muy hermosa. Se le veía la sangre y se le sentía el perfume por debajo de la muselina blanca.

Pero a mi pesar mis ojos se volvían hacia donde Magdalena dormía, vestida de ligera muselina, acostada sobre la áspera tela que le servía de alfombra. ¿Estaba encantado? ¿Estaba torturado? Trabajo me costaría decir si deseaba algo más allá de aquella visión decente y exquisita que reunía todas las circunspecciones y todos los atractivos.

El fichú de muselina extremadamente blanco de aquella dama y la papalina que cubría sus bucles de cabellos grises y lacios, formaba un contraste chocante con los trajes de raso amarillo y los tocados aparatosos de sus vecinas. Se acercó a la señorita Nancy con mucha afectación y le dijo lentamente, con voz aguda y suave: Espero, sobrina, que estéis en buena salud.

Eran hermosas de ver, en aquel domingo, en el cielo fulgente, la luz azul, y por entre los corredores de columnas de mármol, la magnolia elegante, entre las ramas verdes, las grandes flores blancas y en sus mecedoras de mimbre, adornadas con lazos de cinta, aquellas tres amigas, en sus vestidos de mayo: Adela, delgada y locuaz, con un ramo de rosas Jacqueminot al lado izquierdo de su traje de seda crema; Ana, ya próxima a morir, prendida sobre el corazón enfermo, en su vestido de muselina blanca, una flor azul sujeta con unas hebras de trigo; y Lucía, robusta y profunda, que no llevaba flores en su vestido de seda carmesí, «porque no se conocía aun en los jardines la flor que a ella le gustaba: ¡la flor negra!».

Las inquietas llamas, moviéndose de un lado para otro, agitaban como abanicos los faldones del frac, los bajos de blanca muselina y las cintas de raso de los bebés. El fuego jugueteaba como una fiera con sus víctimas antes de devorarlas.

No tiene a mano sino un traje de baile y un peinador de muselina, babuchas con tacón y zapatos de baile de raso celeste. ¿Qué hacer? Despertar a su camarera, nunca se atrevería... y además el tiempo urge... ¡las cinco menos cuarto! El regimiento sale a las cinco.