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Y como el tiempo transcurría y Nancy se negaba siempre a adoptar a Eppie, toda reparación de la falta de Godfrey se volvía cada vez más difícil. Hacía ya cuatro años la tarde de aquel domingo, que no se había hecho alusión alguna a la adopción, y Nancy suponía que aquel asunto estaba enterrado para siempre.

Un correo acaba de llegar a todo galope... Por la Puerta de Francia ha entrado... Vendrá a anunciar la llegada de la guardia nacional de Nancy. O quizás un convoy de Metz. Tiene usted razón... Faltan balas de diez y seis... También necesitamos metralla, y, para poder hacerla, vamos a destruir los hornillos.

Sois muy cruel, Nancy dijo Godfrey contrariado . Podríais alentarme a volverme mejor. Me siento muy desgraciado; pero vos no tenéis corazón. Creo que tienen menos los que comienzan por proceder mal respondió Nancy, dejando percibir de pronto y a pesar suyo un pequeño rasgo de indignación. Godfrey quedó encantado con aquel leve arranque.

El espíritu de Godfrey estaba muy absorbido por los atractivos y maneras de Nancy para con él, demasiado lleno de exasperación contra mismo y contra su suerte exasperación que no dejaba nunca de producirse en él, a la vista de aquella joven , para que pensara mucho en Relámpago y en la conducta probable de Dunstan. A la mañana siguiente toda la aldea fue sorprendida por la historia del robo.

Quizá hubiera llegado a considerar con cierta alegría el tener que labrar la tierra, si le fuera dable obtener a Nancy Lammeter a ese precio.

Se detuvo temiendo el efecto de su confesión. Sin embargo, Nancy permaneció completamente tranquila en su asiento, salvo que sus miradas se dirigieron hacia el suelo, dejando de encontrarse con las de Godfrey. Estaba pálida y serena como una estatua de la meditación, con las manos unidas sobre las rodillas.

Godfrey casi esperaba verla ponerse de pie inmediatamente y decir que iba a volverse a casa de su padre. ¿Cómo podría mostrarse piadosa para con faltas que debían parecerle tan negras, dada la sencillez y serenidad de sus principios? En fin, Nancy alzó los ojos hacia su marido y habló. No había ninguna indignación en su voz, sólo había la expresión de un profundo pesar.

En lugar de argumentos en favor de una confesión, era incapaz ahora de representarse otra cosa que las deplorables consecuencias que aquella acarrearía. Entonces volvió el antiguo temor del deshonor el antiguo horror de pensar en levantar una valla infranqueable entre él y Nancy , su antigua inclinación a contar con las probabilidades capaces de serle favorables y evitarle una denuncia.

La propia Nancy, a pesar de toda la sensibilidad delicada de su corazón, compartía la opinión de su marido de que el deseo de Marner de guardar a Eppie no era justificado, después que el verdadero padre de ésta se había hecho reconocer.

Y las heridas más profundas de Nancy procedían todas de la convicción de que Godfrey consideraba la ausencia de hijos en su hogar como una privación a la que no podía acostumbrarse.