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Actualizado: 22 de junio de 2025
Con una nuera así, el viejo squire realizaría economías, aun cuando no aportara un penique de dote; porque era de temer que, a pesar de sus rentas, el squire Cass tuviera más agujeros en el bolsillo que aquel por donde metía la mano. Pero si el señor Godfrey no cambiaba de conducta, podía decirle «adiós» a la señorita Nancy Lammeter.
Nunca nos enojamos con nuestros enfermos, sino cuando nos dejan respondió el doctor Kimble . Y entonces ya no tenemos ocasión de hacerles prescripciones. ¡Ah! señorita Nancy prosiguió poniéndose de golpe al lado de ella, dando saltitos , no vayáis a olvidar vuestra promesa. ¡Tenéis que reservarme una pieza, ya lo sabéis!
Godfrey no permanecía insensible a los esfuerzos de aquel cariño, y no era injusto respecto a los motivos de la obstinación de Nancy. Era imposible que hubiera vivido con ella quince años, sin saber que los rasgos principales del carácter de su mujer eran un apego desinteresado a lo que es justo y una sinceridad pura como el rocío formado sobre las flores.
La señorita Nancy se parece de un modo sorprendente a su finada madre; ¿no es cierto, doctor Kimble? dijo la gorda señora de este apellido buscando con los ojos por todas partes a su marido. El doctor Kimble los boticarios de campaña gozaban antiguamente de aquel título sin la sanción de un diploma , hombre esbelto y ágil corría de un extremo a otro de la pieza con las manos en los bolsillos.
Que me ahorquen si recuerdo haber visto belleza que le sea comparable, aun en la época en que yo era un guapo mozo, dicho sea esto sin ofenderos, señora agregó, inclinándose hacia la señora Crackenthorp, sentada a su lado ; a vos ni os conocía cuando erais joven como la señorita Nancy aquí presente.
La señorita Nancy, decía, en efecto, descote, por escote, naguas por enaguas y haiga por haya, faltas que chocaban necesariamente a los oídos jóvenes que frecuentaban la buena sociedad de Lytherley. Estas hablaban lo mismo en la intimidad de la familia, pero pocas veces decían haiga delante de los extraños. La señorita Nancy, en verdad, nunca había visto más escuela que la de la maestra Tedman.
Sentaos, Nancy... aquí... indicando una silla frente a él . He vuelto así que pude, para impedir que alguna otra persona os contara lo sucedido. He experimentado una gran sacudida, pero temo más lo que vais a sentir vos. ¿No se trata de mi padre o de Priscila? dijo Nancy con los labios trémulos y juntando sus manos con fuerza sobre las rodillas.
Nancy se detuvo bruscamente, porque Godfrey se quitaba el sombrero con las manos trémulas y se volvía hacia su mujer con el rostro pálido y la mirada extraña y fría como si la viera realmente, como si la viera desempeñando un papel en una escena que ella misma no viera. Nancy posó una mano sobre el brazo de su marido, no atreviéndose a seguir hablando.
Y en cuanto a atormentarse y mortificarse a propósito de lo que piensan de una y amargarse la vida pensando en lo que hacen cuando no están a vuestro lado, como siempre le digo a Nancy, es una locura en que ninguna mujer debiera incurrir si tiene un buen padre y un buen hogar. Que deje eso para las que no tienen fortuna y no saben cómo salir de apuros.
Yo no tenía derecho a esperar sino males de semejante casamiento, sobre todo evitando el cumplir mis deberes de padre. Nancy permanecía silenciosa; su espíritu lleno de rectitud no le permitía que tratara de embotar la punta aguda de lo que consideraba como un justo remordimiento; un acento de cariño templaba el tono que había tomado para acusarse a sí mismo. Y os obtuve, a pesar de todo, Nancy.
Palabra del Dia
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