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Recuerdo que vi a ese joven volviendo de la iglesia con ella y con Marner. Pues bien; es muy sobrio y laborioso dijo Nancy, tratando de encarar las cosas del modo más favorable que era posible. Godfrey volvió a caer en sus reflexiones. En seguida miró a Nancy con tristeza y dijo: Es una joven muy graciosa y bonita, ¿no es verdad, Nancy?

Sin embargo, no bien estuvo el animal a la vista, su corazón se oprimió de nuevo, porque no era Relámpago. Y momentos después se dio cuenta de que el caballero no era Dunstan, sino Bryce, que detuvo su montura para conversar con él. La fisonomía de aquél no anunciaba nada de nuevo. ¿Qué trae, señor Godfrey, qué suerte la de su hermano, maese Duncey, verdad?

Se encontraba en el centro de un grupo que se había situado frente al ejecutante, bastante cerca de la primera puerta. Godfrey estaba inmediato, no para admirar el talento de su hermano, pero para no perder de vista a Nancy, que estaba sentada en el grupo cerca del señor Lammeter.

En fin, la operación que había que intentar sobre el espíritu del avaro, era una tarea que Godfrey confiaría a su hermano, más audaz y más vivo que él.

En lo que concierne a Godfrey, había otras razones, para que esos pensamientos fueran continuamente infortunados por aquella circunstancia particular, por aquel vacío de su destino. Su conciencia, que no estaba nunca en completo reposo con respecto a Eppie, le hacía ver ahora su hogar sin hijos bajo el aspecto de una justa retribución.

Ella había pensado a menudo, bien que fuera con una idea de renunciamiento, que un traje de novia para ser perfecto debía ser de algodón blanco, sembrado a largos trechos con florecitas rosadas minúsculas. Así es que cuando la señora Godfrey Cass le quiso dar uno y le pidió que eligiera, Eppie estaba preparada por una reflexión anterior para dar sin hesitación una respuesta decisiva.

La idea de esta posibilidad era el principal consuelo de Nancy. A fin de fortalecer esa idea se ingeniaba en tener por Godfrey una ternura más perfecta que la de que hubiera sido capaz cualquier otra esposa. Muy a pesar suyo se había visto obligada a afligirlo con la única negativa.

En realidad, Godfrey sentía aquello con tanta mayor intensidad cuanto que su naturaleza indecisa, adversa a afrontar las dificultades por ser éstas francas y sinceras, tenía un cierto temor respetuoso por aquella dulce esposa que espiaba los deseos de su marido con el deseo ardiente de obedecerle. Le parecía que no le podría revelar jamás a Nancy la verdad concerniente a Eppie.

Godfrey casi esperaba verla ponerse de pie inmediatamente y decir que iba a volverse a casa de su padre. ¿Cómo podría mostrarse piadosa para con faltas que debían parecerle tan negras, dada la sencillez y serenidad de sus principios? En fin, Nancy alzó los ojos hacia su marido y habló. No había ninguna indignación en su voz, sólo había la expresión de un profundo pesar.

Su imaginación se había transportado al pasado y al porvenir y se había entregado a conjeturas y a previsiones para comprender lo que significaba aquella paternidad revelada. Además, en las últimas palabras de Godfrey había algunas que contribuían a definir claramente aquellas previsiones.