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Dos meses después Calíbar regresó, vió el rastro ya borrado e imperceptible para otros ojos, y no se habló más del caso. Año y medio después Calíbar marchaba cabizbajo por una calle de los suburbios, entra en una casa y encuentra su montura, ennegrecida ya y casi inutilizada por el uso. ¡Había encontrado el rastro de su raptor después de dos años!

En el fondo de su alma, hallábase persuadido de que M. L'Ambert tenía la culpa de todo. Este señor no es razonable decía a su mujer, mostrándole los estragos de los cuatro últimos días; usa gafas del número 4, que son forzosamente muy pesadas; quiere por coquetería una montura muy liviana, y tengo la seguridad de que trata a sus gafas como si fueran de hierro forjado.

Don Paco, procurando y logrando no llamar la atención, dejó a Antoñuelo a la puerta del herrador, su padre. Libre ya don Ramón del poco agradable socio de montura, se despidió de don Paco con nuevas y fervorosas manifestaciones de gratitud y se largó a su casa. Don Paco se fue a reposar a la suya.

Zapiola es el último en volver su caballo, y recibe a poco trecho un balazo, y cayera en manos del enemigo si un soldado de granaderos a caballo no se desmonta y lo pusiera como una pluma sobre su montura, dándole a ésta con el sable para que más aprisa disparase.

A ver, Ricardo... ¡salta! El malacara, parado al borde de la zanja, cuya profundidad no llegaba a medio metro, juntó las cuatro patas y a una incitación de su jinete, saltó con él, que se había tomado prolijamente de la cabezada de su montura y que experimentó, después del salto, la grata sensación de conservarse en ella. Ahora ...

Además de la espetera y medio bosque de leña y otros objetos propios del lugar, se veían allí una montura completa de caballo; dos escopetas, una carabina, un cuchillo de monte y un morral de caza; un banco de carpintero con todas las herramientas; dos ruedas de carro, a medio hacer; madera labrada para otras tantas; tres sacos llenos de grano; una gata con seis hijuelos recién nacidos; varias pieles de oso; una piedra de afilar, de una vara de diámetro, montada sobre su pilón correspondiente..., y ¡qué yo cuántas cosas más!

El otro era evidentemente su escudero, sin más armas ofensivas ni defensivas que su yelmo y la poderosa lanza de su señor, que empuñaba con la diestra mano. En la izquierda, además de las riendas de su propia montura, tenía también la brida de un soberbio alazán con lujosos paramentos que le llegaban hasta los corvejones.

¡Adelante! El brioso caballo galopa: sus crines negras trenzadas con cintas encarnadas flotan sobre su cuello nervioso, y la espuma blanquea su bocado y sus brillantes copas! ¡Adelante, muchacho! ¡que tu espuela se hunda en el flanco de tu montura, porque tu morena de las largas pestañas, trémula y asustada, te estrechará violentamente contra su corazón y sentirás sus latidos! ¡y sus cabellos acariciarán tu frente y su respiración abrasará tus mejillas!

El «peoncito», orgulloso de su título, obedecía en todo al maestro. Y así aprendió á tirar el lazo á los toros, dejándolos aprisionados y vencidos, á hacer saltar las vallas de alambre á su pequeño caballo, á salvar de un bote un hoyo profundo, á deslizarse por las barrancas, no sin rodar muchas veces debajo de su montura.

La montura es tan insegura que cada jinete es un equilibrista. El jinete va sentado en el centro, con las piernas cruzadas sobre la nuca del asno, y este, que no está sujeto por brida ni cabestro, es manejado hábilmente al influjo de los golpes que le regala con la mano su equilibrista caballero.