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Pocas y estrechas ventanas cortadas por columnas de piedra, distribuidas caprichosamente por la fachada; una pared lisa de piedra, ennegrecida por los años; algunos agujeros cuadrados cerca del techo, a guisa de aspilleras; una gran puerta de medio punto reforzada con grandes clavos de acero. Por dentro era inmensa y tenía más alegría. El patio ancho, más ancho que la calle.

Dos meses después Calíbar regresó, vió el rastro ya borrado e imperceptible para otros ojos, y no se habló más del caso. Año y medio después Calíbar marchaba cabizbajo por una calle de los suburbios, entra en una casa y encuentra su montura, ennegrecida ya y casi inutilizada por el uso. ¡Había encontrado el rastro de su raptor después de dos años!

En el fondo había un edificio de aspecto monacal, fachada ennegrecida por el tiempo y ventanas cubiertas con persianas, como ojos cerrados, y al que se subía por una escalera de cuatros escalones verdosos á causa de las lluvias. Marenval llamó y un timbre resonó en la casa turbando el silencio con un ruido sacrílego.

María levantó los ojos hacia Cristián, como para asegurarse de que esas palabras no significaban más de lo que decían, y vió la hermosa cara del joven ennegrecida por el viento del mar y por el sol de los trópicos y con una expresión radiante de triunfo. ¿Está ahí? preguntó la joven. En el salón.

Se oyen los sones de una música lejana. Una noche estrellada de primavera. Un viejo jardín salvaje, limitado por un ancho foso. Una escalinata ennegrecida y casi en ruinas. Sobre las copas de los árboles se alza la masa sombría del castillo. Todas las ventanas están iluminadas. Sobre el muro almenado acaban de encender barriles de alquitrán, que lanzan fulgores siniestros.

Pero no pueden, porque delata la relativa juventud de estos caserones su arquitectura que revela el mal gusto decadente, pesado o recargado, de muy posteriores siglos. La piedra de todos estos edificios está ennegrecida por los rigores de la intemperie que en Vetusta la húmeda no dejan nada claro mucho tiempo, ni consienten blancura duradera.

La piadosa mano de Pepeta, empeñada en tenaz batalla con la muerte, tiñó las pálidas mejillas con rosado colorete; la boca del muertecito, ennegrecida, se reanimó bajo una capa de encendido bermellón; pero en vano pugnó la sencilla labradora por abrir desmesuradamente sus flojos párpados. Volvían á caer, cubriendo los ojos mates, entelados, sin reflejo, con la tristeza gris de la muerte.

Una pobre mujer con una muñeca en la mano discutía con el vendedor, mientras su hija se agarraba a sus faldas pugnando por tocar el desnudo monigote, que tenía la cara ennegrecida y una de las piernas quemada. ¡Dámela... la quedo! lloriqueaba la pequeña con balbuceo infantil. Pero la madre dejó la muñeca en el suelo. ¡Si piden tres perros, hija!... Eso es sólo pa los ricos.

Unos naranjos agrios destacaban su verde ramazón sobre los muros de la iglesia, ennegrecida sillería perforada por largos ventanales cegados con tapia. De los estribos salientes de su refuerzo surgían, en lo más alto, monstruosos endriagos de piedra, carcomida. En su nave única quedaba muy poco de este exterior romántico.

Era, como casi todas las rectorales de aldea, pobre de aspecto, rodeada de huertas extensas y feraces, y tenía en la fachada principal un largo balcón de madera sin pintar, guarnecido todo él por una parra cuyos pámpanos estaban ya marchitos. La puerta, ennegrecida por el tiempo, no tenía llamador. Se vió precisado á dar dos golpes sobre ella con la palma de la mano.