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Todo era nuevo y sólido, construido con gran derroche de dinero. Únicamente dejó Dupont en pie la casa de los viñadores, para que la finca no perdiese por completo su carácter tradicional, conservando la cocina ennegrecida por el humo de muchos años, en la que dormían los jornaleros en torno del fogaril, sobre una esterilla de enea, única cama que les proporcionaba el señor.

Desde abajo parece aquello una continuación de la roca, una escotadura de la cima, ora deslumbrante de claridad, ora ennegrecida por la sombra. Súbese allí por senderos vertiginosos que diariamente tienen que bajar los aldeanos para cultivar sus campos, y que tienen que subir de nuevo todas las noches, después del largo trabajo diario.

Sin embargo, el pequeño y curioso objeto, que en tan extrañas condiciones me había sido legado, estaba ahora en mi mano, y era una bolsita plana, cuidadosamente cosida, de piel de gamuza, ennegrecida por el uso y el tiempo, como de media pulgada de grueso, y que encerraba algo duro y liso.

Los resultados de la autopsia no arrojaban luz alguna: el examen de la herida redonda, ennegrecida por el humo del arma, demostraba que el tiro debía haber sido disparado de un distancia de cerca de medio metro, y si esto confirmaba la hipótesis del suicidio, no excluía la del asesinato, que el homicida habría podido tirar de cerca.

Se acordó de los días puros de su infancia, se acordó de aquellas oraciones fervorosas que dirigía a la Virgen antes de acostarse y volvió a murmurarlas con los labios trémulos. ¡Oh! ¿por qué no había muerto entonces? ¡Pero morir ahora, con el alma ennegrecida, después de haber engañado vilmente al ser que más la había querido en este mundo! ¡No, no, por Dios!

Toda su cara, en lo muscular, respondía a la intención de su dueño: los labios se tendían abiertamente dejando ver una dentadura ennegrecida y sólida; las comisuras de los párpados se contraían aumentando los surcos radiales que partían de ellas; los pómulos se levantaban, las arrugas de la frente disminuían... pero los ojos permanecían impávidos y fijos.

Veíanse a lo lejos los cobertizos que resguardan las mercancías, las largas filas de vagones polvorientos, la arena de las vías ennegrecida por las escorias del carbón, las líneas paralelas de los railes abrillantados por el roze, y el arbolado de la cuesta de Areneros, cuyo ramaje comenzaba a ponerse amarillo con los ardores del verano.

El pobre Obispo apenas si se movía: únicamente su pecho continuaba agitándose con penoso estertor. Sus labios tomaban un tinte violáceo; sus ojos casi cerrados dejaban entrever un globo empañado ó inmóvil. Eran unos ojos que ya no miraban, y su morena carita parecía ennegrecida por misteriosa lobreguez, como si sobre ella proyectasen su sombra las alas de la muerte.

Así le conocí cuando era yo niño, cuando mis buenas tías me confiaron a la férula resonante de aquel buen anciano, maestro de dos o tres generaciones de villaverdinos. Esto de la férula no es figura retórica; el pomposísimo la tenía, y muy sólida, de perdurable zapotillo, ennegrecida por el uso.

Quedamos convenidos en que aquella noche, al retirarse a casa, le enteraría del caso, y en que al día siguiente, antes de almorzar, fuese yo a visitarle y proponerle lo que se podía hacer. La fachada no era suntuosa; un caserón de sillería deteriorada y ennegrecida, con algunas molduras toscas; los balcones de hierro toscamente labrados también; las armas de Padul en el medio, cerca del techo.