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Actualizado: 17 de junio de 2025
«¡Oh santo Allah! las ansias exclamaron del postrado Jucef: ¡Oh Dios sombrío! y en sus ojos las lágrimas brotaron, y por su blanca barba resbalaron cual trasparentes gotas de rocío. ¿Por qué su maldicion? Pasan los años, pero no pasan nunca las memorias, que en la conciencia ennegrecida encienden siniestra luz entre la oscura sombra.
Volviendo, pues, adonde quedábamos, cumple manifestar que Ricardo llegó muy presto al portal de la casa de Elorza, que era espacioso y obscuro. De la gran puerta sólida y ennegrecida por el tiempo y el uso pendía una cadena de bronce con la cual se llamaba. Entrábase inmediatamente en un patio bastante amplio con fuente en el medio.
Pues, mal hombre, y protervo, y maldito que vos sois, exclamó doña Guiomar, ¿cuándo vos habéis merecido el amor, no digo yo mío, sino de cualquiera otra que como yo tenga alma? ¿ni qué sabéis vos qué cosa es amor, si en vos no hay más que deseo corrompido, y lascivia asquerosa, y sangre podrida, y alma ennegrecida por el continuo comercio y trato del vicio, de la mentira y de la desvergüenza? ¿Pero qué mucho que vos seáis así, si hombre sois? ¿ni cómo puedo deciros yo que os desprecio, sin decir que desprecio a los hombres todos? que no hay uno solo que merezca, no ya que una mujer le ame, sino que en él piense, según que lo veo en lo que vos sois, que habiendo recibido de Dios claro entendimiento, no habéis entendido las delicadezas del alma de las mujeres, y cuanto para ellas no hay otra vida que el amor de su alma.
El Casino de Vetusta ocupaba un caserón solitario, de piedra ennegrecida por los ultrajes de la humedad, en una plazuela sucia y triste cerca de San Pedro, la iglesia antiquísima vecina de la catedral. Los socios jóvenes querían mudarse, pero el cambio de domicilio sería la muerte de la sociedad según el elemento serio y de más arraigo.
Las hormigas que viajaban sobre las tablas se hacían raras; el movimiento cesaba en tierra, cuando por uno de los boquetes de la cubierta apareció la cara sudorosa y ennegrecida de uno de los contramaestres, quien, levantando en alto un candil, gritó con voz de trueno: «¡Du charbon, sang-Dieu!
Sí. ¿Y vos? También. Pues hagamos luz. En aquel momento salieron dos linternas de debajo de las capas de los padrinos. A su luz turbia y escasa, se vió una habitación destartalada, ennegrecida, polvorienta, en estado de inminente ruina, y sin maderas en los vanos de las puertas y ventanas, que se habían convertido en boquerones. Al fondo de la habitación había dos hombres.
Ha muerto lo mismo que un pájaro decía con largas pausas, cortando las palabras con sollozos . Su madre lo tenía sobre las rodillas.... Yo trabajaba... «¡Antonio, Antonio! me grita ; veas qué tiene el chico; mueve la boca, hace muecas.» Acudo. Tenía la cara ennegrecida... como si la cubriese un velo.
Tenía ante sus ojos un fragmento de periódico, y copiaba las líneas con la ayuda de un tintero de bolsillo lleno de agua ligeramente ennegrecida, y de una pluma roma que trazaba los renglones con la misma paciencia del buey al abrir el surco. Zarandilla, que estaba al lado de don Fernando, le habló del muchacho. Es el Maestrico. Ansí le llaman, por su afición a libros y papeles.
La cal de la pared, ennegrecida por la humareda del incendio, quedó jaspeada de manchas rojas, y rodeando al cadáver apareció un charquillo de sangre, que la tierra empapó rápidamente, cual si quisiera borrar el crimen de los hombres. En seguida el piquete se alejó, dejando allí dos individuos, en tanto que otra pareja iba al pueblo para ordenar que fuese sepultado el muerto.
Por otra parte, el aspecto de aquellas grandes salas de cigarros comunes era para entristecer el ánimo. Vastas estanterías de madera ennegrecida por el uso, colocadas en el centro de la estancia, parecían hileras de nichos.
Palabra del Dia
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