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Al pasar por delante, enseñé con rabia los puños, sin detenerme, al perverso enano, que aún seguía a la puerta, como guardián misterioso de algún cuento de Las mil y una noches. Como las calles son tan estrechas, los carruajes no pueden correr en Sevilla, so pena de atropellar a los transeúntes.

La verdadera escuela debe ser la naturaleza libre con sus hermosos paisajes para contemplarlos, con sus leyes para estudiarlas, pero también con sus obstáculos, para vencerlos. No se educan hombres animosos y puros en salas estrechas con ventanas enrejadas.

Las calles son estrechas, empedradas, sin aceras, de casas bajas y blancas. Un arroyuelo infecto corre por el centro, formado por las aguas sucias que surten de los corrales. Al paso, tras las vidrieras, se inclinan las manchas pálidas de los rostros curiosos; se oyen los gritos lejanos de unos muchachos que juegan en otra plaza. En esta plaza se levanta una iglesia gótica.

A muchos quitaron cruelmente la vida, á otros castigaron atrozmente poniéndolos en estrechas prisiones. A todos despojaron de sus bienes, y á los que quedaron con vida, despues de muchas injurias, los deportaron al Africa.

Las relaciones de nuestra Península con Roma eran demasiado estrechas para que no se nos hiciese familiar el estravío que allí padecia el buen gusto; además, el estilo introducido por la escuela de Herrera habia en cierto modo agotado sus recursos, y se deseaba la novedad.

Me dominaba tan activa necesidad de andar, de ir lejos, de quebrantarme de puro cansancio, que no me permitía tomarme un minuto de reposo. En cuanto veía a cualquiera que pudiese conocerme cambiaba de rumbo, y me lanzaba a través de los campos de trigo por cualquiera de las estrechas sendas que los cruzan, marchando a paso de carga hasta que llegaba a donde no veía a nadie.

A la izquierda una puerta, entreabierta: el despacho del señor ministro; a la derecha, un salón, con muebles de pacotilla, y cortinas de damasco, y luego la fila de piezas estrechas, en que se amontonaban los empleados.

Creo que fue a una de esas calles de Tánger, sucias, estrechas y fangosas, bordeada por altas casas sin aberturas, tal vez la calle de Moab'd'hal, a donde Blasillo se dirigió después de una feliz travesía.

Después vió surgir en la galería de cuadros que le iba presentando su memoria, las intrincadas y estrechas calles, las altas y parduscas casas, las enormes catedrales y los edificios públicos de antigua fecha y extraña arquitectura de una ciudad europea, donde le esperaba una nueva vida, siempre relacionándose con el sabio y mal formado erudito.

En las estrechas calles, distribuídas en todas direcciones, cortándose, retorciéndose de un modo caprichoso, hervía la muchedumbre con inquieto oleaje, bañándose en un gozo vivo y espontáneo.