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» ¡A qué respetos faltaba!..., ¡a quién ofendía con ello! ¡Y a mi se me amontonaban en tropel las respuestas que estaban reclamando aquellas preguntas inconcebibles en labios tales; corolarios artificiosos, o, cuando menos, muy mal deducidos de unas teorías repugnantes a mi naturaleza de mujer de honradas inclinaciones y a mis sentimientos de enamorada!

Las piteras y chumberas, plantas rudas y antipáticas de los países abandonados, amontonaban en los bordes del camino una vegetación puntiaguda y agresiva. Sus vástagos rectos y cimbreantes, con un pompón de blancas cazoletas, sustituían a los árboles en aquella inmensidad horizontal y monótona no cortada por ondulación alguna.

Y al ausentarse la Fortuna loca, marcharían tras sus pasos aquellos hombres negros que la seguían como merodeadores, que sólo se mostraban hablando del cielo allí donde se amontonaban los beneficios de la tierra. No vacilarían en abandonar una tierra exhausta, olvidándola como tenían olvidados á los países pobres, donde nunca se mostraban, como si en ellos no existiesen hijos de su Dios.

Uceda y Soledad huían instintivamente la luz. En vez de acercarse á las casas, seguían el pretil de la muralla donde se amontonaban las sombras. Desde los baños del Carmen no tomaron por una de las calles trasversales para salir á los muelles, sino que continuaron distraídamente á la orilla del mar hasta la punta de San Felipe. Los clamores del Océano eran allí más sonoros y profundos.

Los bueyes, en el establo, mugían y los caballos daban coces terribles. Unas treinta hogueras brillaban en la meseta; se había entrado a saco en la leñera del anabaptista, se amontonaban los leños unos sobre otros, y mientras los hombres se quemaban la cara, sus espaldas tiritaban; mas cuando se calentaban las espaldas, los bigotes se cubrían de escarcha.

Después del almuerzo, la gente tomó el café a toda prisa y los salones quedaron abandonados, sonando en el vacío el abejorreo de los ventiladores y los trinos de los canarios. Todos se amontonaban hacia la proa, en las bordas de la cubierta, ansiosos de ver las islas. Empezaron a marcarse en el horizonte las gibas obscuras y borrosas de unas montañas emergiendo del mar.

La noche era de luna, pero negros y grandes nubarrones la ocultaban a menudo por largo rato. Y entonces la escasa claridad de los faroles de aceite que ardían en las esquinas de las calles no bastaba a deshacer las sombras que se amontonaban hacia el medio de ellas.

Esta hija menor, á la que apodaba «la romántica», era el objeto de sus cóleras y sus burlas. ¿De dónde había salido, con unos gustos que nunca sintieron él y su pobre china? Sobre el piano se amontonaban cuadernos de música. En un ángulo del disparatado salón, varias cajas de conservas, arregladas á guisa de biblioteca por el carpintero de la estancia, contenían libros.

Al día siguiente era domingo y se celebraba en las Escuelas el baile acostumbrado de todas las semanas. Se bailaba por la tarde, de tres a siete. El salón era espacioso, construído hacía pocos años para escuela de niños. Los bancos de éstos se amontonaban en la plataforma destinada al maestro. Las paredes estaban tapizadas de carteles.

Mientras estas nubes temerosas se amontonaban sobre su cabeza, el inocente excusador paseaba desde casa a la iglesia y desde la iglesia a casa, su frente pálida, su figura melancólica y resignada. Los ojos, ordinariamente fijos en el suelo, sólo dirigían de vez en cuando miradas tímidas a la gente, como si temiera que por ellos descubrieran el cáncer que roía su corazón.