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La diosa, por hacerle gusto y fiesta, La túnica y el velo deja aparte, Sus armas toma, y de la selva parte, Del yelmo y plumas y el arnés compuesta. Pasó por Grecia, y Palas vióla en Tebas, Y díjole: "Esta vez tendrá mi espada Vitoria igual de tu cobarde acero." Venus le respondió: "Cuando te atrevas, Verás cuánto mejor te vence armada La que desnuda te venció primero."

Y entonces nos creemos felices y consideramos compensados con este minuto de satisfacción nuestros largos trabajos. Esto me sucede a ahora, querido Sarrió; y por eso este apretón de manos ha puesto en tanta ufanía como en Alonso Quijano la liberación de los galeotes o la conquista del yelmo.

Millares de pañuelos y gorras agitados en el aire y un vocerío inmenso acogieron aquella ligera ventaja del caballero teutón. Nada desanimado el de Morel, llegóse á escape á su pabellón y se presentó á los pocos momentos con otro fuerte yelmo, pronto para la segunda justa. El resultado de ésta fué tan igual para ambos que los mejores jueces no hubieran podido adjudicar la victoria á uno ni otro.

Y esto dijo afirmándose en los estribos y calándose el morrión; porque la bacía de barbero, que a su cuenta era el yelmo de Mambrino, llevaba colgado del arzón delantero, hasta adobarla del mal tratamiento que la hicieron los galeotes.

Pero el que más se desesperaba era el barbero, cuya bacía, allí delante de sus ojos, se le había vuelto en yelmo de Mambrino, y cuya albarda pensaba sin duda alguna que se le había de volver en jaez rico de caballo; y los unos y los otros se reían de ver cómo andaba don Fernando tomando los votos de unos en otros, hablándolos al oído para que en secreto declarasen si era albarda o jaez aquella joya sobre quien tanto se había peleado.

Allí nos esperaron grande pieza; Y así como la barca hubo llegado, El salvage se estira y endereza, Y un escudo grandísimo ha embrazado: Por yelmo un cuero de anta en la cabeza, El escudo era concha de pescado, Y el baston que este bárbaro tenia, Servir de antena en nave bien podia.

Y no porque sea ello ansí, sino porque andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan y les vuelven según su gusto, y según tienen la gana de favorecernos o destruirnos; y así, eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa.

Capítulo XLV. Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad ¿Qué les parece a vuestras mercedes, señores -dijo el barbero-, de lo que afirman estos gentiles hombres, pues aún porfían que ésta no es bacía, sino yelmo?

¿Cómo me puedo engañar en lo que digo, traidor escrupuloso? -dijo don Quijote-. Dime, ¿no ves aquel caballero que hacia nosotros viene, sobre un caballo rucio rodado, que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro? -Lo que yo veo y columbro -respondió Sancho- no es sino un hombre sobre un asno pardo, como el mío, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra. -Pues ése es el yelmo de Mambrino -dijo don Quijote-. Apártate a una parte y déjame con él a solas: verás cuán sin hablar palabra, por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura y queda por mío el yelmo que tanto he deseado.

Era un guerrero de gran talla y fornido cuerpo, con yelmo y armadura negros y escudo sin divisa, pues prohibían tenerla los estatutos de la orden teutónica á que pertenecía. Flotaba á su espalda amplio manto blanco que tenía bordada en su centro la cruz negra orillada de plata de aquella orden.